29 de junio de 2019

D A K O V I K A 3 (Una Novela por entregas)


D A K O V I K A 3
(Una novela por entregas)


RESUMEN DE LO ESCRITO HASTA LA FECHA




El cuervo y Larsen son dos buscadores de libros viejos que escarban como traperos del tiempo entre lo desechado para hallar tesoros a punto de desaparecer. Un día ven en el Rastro a una muchacha llamada Lamieva de la que El cuervo se enamora. Con ella llega a la casa Siena-Pombal, un antiguo piso lujoso que un aristócrata había decorado para la amada que a última hora le rechazó y que lleva clausurado cien años. Allí el protagonista siente detenerse el tiempo y descubre la industria que provee de versos a Garnach, el poeta laureado de la ciudad, a quien asesina. Lamieva, asustada, dispara al protagonista con una pistola de pequeño calibre en el costado causándole una herida que no le parará nunca de sangrar.
Tras el asesinato del laureado poeta Garnach, El cuervo, Lamieva y su padre, Dakovika, —que le proporcionaba falsos libros viejos al anciano vate para plagiarlos— emprenden la huida desde la mansión olvidada de los Siena-Pombal por los tejados de la ciudad sin nombre hasta las cloacas. En ellas, siguiendo ríos pestilentes entre miríadas de ratas y atravesando osarios subterráneos, descubren en el abandonado hotel Oliden la existencia de la fantasmal secta de El topo, que lleva siglos intentando destruir la catedral.
Continúan la escapada en el coche robado a Larsen dirigiéndose hacia la confluencia de los dos ríos que cercan la urbe mientras estos se desbordaban por las nevadas. Sucumben a la riada. El cuervo busca a Lamieva y a Dakovika durante días, pero sólo encuentra al viejo que se evapora en sus manos. Destrozado, vuelve solo caminado hasta la ciudad donde halla el cadáver del librovejero de la calle Cantareros a quien suplanta.




Capítulo 1

Durante mucho tiempo vi la luz aparecer y desaparecer en los cristales de la entrada de la tienda. Los días y las noches marcaron el ritmo de mi corazón quedando dormido con la primera sombra y despertando con la primera luz. Los sueños durante aquel periodo fueron lo mejor. Sin poder  controlar lo que pasaba en ellos mi mente se entregó a todas las cosas que anhelaba.
Aunque toda la vida me había sentido solo fue entonces la primera vez que estaba sin nadie a mi lado. Bueno, tenía a Karenino y al cadáver del librovejero. Al poco no necesité los recortes de sus barbas porque me crecieron las mías y manteniéndome en la sombra, entre los muebles bien callado, nadie notaba que lo había suplantado. Los visitantes eran pocos. Gente huraña, de pocas palabras, más bien mirones que compradores, gente aburrida que no sospechaba nada.
La tienda era un lugar inacabable. No sé cómo ese hombre había conseguido colocar tantas cosas en aquel espacio. Además de lo que se veía había un cosmos de cosas en cajones y cajas de madera o de cartón, maravillas escondidas u olvidadas cuyo valor era una incógnita. Objetos que no sabía si eran joyas, fragmentos de lámparas, de pulseras o de anillos.
Lo más extraño era el ruido de un viento que había en el interior de la tienda y el viento que se oía se metía en mis sueños y soñaba siempre con Lamieva viva en un paisaje agitado por aires polares que la impedían llegar hasta mí. Pero al menos la veía. Cuando despertaba todo se volvía nuevamente materia, muerte. No sé por qué resistía. Debía ser porque era lo único que había hecho toda la vida: resistir, aguantar, esperar…
Enseguida empecé a buscar sin saber qué. Removía todos los objetos que podía hasta caer rendido y me asombraba luego porque no apreciaba diferencia en el aspecto de la tienda de antigüedades. Daba igual. Siempre parecía que todo hubiera sido colocado con cuidado para crear un escenario como ningún otro: Tres pianos rotos que aún sonaban, todo el techo poblado de lámparas de araña unidas por banderines de fiesta, radios mudas, relojes parados, el samovar, una sopera rosa, un reclinatorio, un largo banco de iglesia, vajillas incompletas, juguetes infantiles que lo fueron de los que están en el cementerio, un casco alemán, varios anteojos, todo un repertorio de lámparas de pies torcidos, mesas cojas de todas sus piernas, sillas tristes y desorientadas que se reunían como gacelas perdidas de dos en dos y de tres en tres, esculturas pequeñas, lánguidas, cariátides de bombillas fundidas, bibelots, periódicos amarillos, toda suerte de piezas de colección desperdigadas, cosas que iban en grupo por la vida y ahí estaban solitarias, rebaños de libros, un Cristo de ataúd y un millón de cosas más
Llevé el cadáver del librovejero al fondo del local una noche, la primera que pasé en la tienda después de volver de la inundación. Lo arrastré hasta el final y sus enormes pies iban dejando un reguero de objetos caídos. Lo más difícil fue ponerlo tieso para meterlo en el reloj de pared. Karenino observaba toda la maniobra con los ojos muy abiertos y parecía lamentar no tener manos con las que ayudarme. Le até una cuerda por debajo de los brazos y lo icé haciendo polea en el clavo de una lámpara. Se balanceó ya en el aire y a duras penas conseguí empujarlo hacia dentro.
La portezuela se abrió sola a los pocos segundos y el cuerpo del librovejero muerto se vino hacia mí lentamente como si me fuera a dar un abrazo oscuro y dormido y a llevarme con él dentro del reloj de pared. Entonces fue cuando noté que estaba amojamado, muy seco, como si se estuviera momificando con el calor aquel que tenía ese local gracias a las tuberías de calefacción que pasaban para el resto del edificio. Lo introduje de nuevo en el reloj y coloqué una mesa delante que le impidiera salir otra vez.


 









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