16 de febrero de 2020

D A K O V I K A 3 (Una Novela por entregas)


Capítulo 8

La casa de Siena-Pombal tenía una paz extraña, estaba tan solitaria como hacía cien años pero ahora parecía una isla a flote en lugar de una barca hundida como ocurría antes de que la ciudad muriera por las llamas que los de la Secta del Topo iniciaron en la catedral. El Barón de Teive me compró aquel libro donde daban instrucciones para destruirla. 
El viento de humo dejaba ver remolinos en las calles que levantaban las cenizas negras al aire para filtrar la luz del sol volviéndolo todo siniestro. El espectro de la catedral ardida asomaba tras los cristales de las ventanas que tenían las cortinas casi completamente corridas. De vez en cuando se oían lamentos, aullidos que pareciendo de animales, de lobos, se notaba que eran humanos. 
Estuve en vela toda la noche. Era la primera vez que no podía dormir, tanto buscar a Lamieva en sueños me había dejado sin sueño. Bajé a la calle por el canalón de la rúa del General Mangada. El hollín dejaba mis huellas dibujadas en el suelo que estaba virgen como de una nevada negra. A pocos pasos la farmacia Merino de la calle Ancha. Forcé las maderas de la puerta y cerré a mi espalda. Pasé al almacén. Una rara luz atravesaba la tiniebla e iluminaba el retrato medio borrado de la condesa de Sagasta que aparecía con un vestido en el que el pintor había puesto hilos de oro. Con la punta de una tijera extraje del lienzo el cabo de varios, tiré de ellos y salieron de una pieza. Los enrollé y me los guardé en el bolsillo. Los tarros antiguos de la botica estaban desordenados, como si alguien hubiera estado buscando allí para saquear las antigüedades. Me acordé entonces en Larsen, dónde estaría después del incendio. Si había sobrevivido habría estado robando todo lo que pudiera. Tuve la tentación de hacer un veneno para acabar con todo, pero no sabía, para eso necesitaba el libro de Dioscórides que estaba en la chamarilería. Pensé en ir a por él pero entonces vi una estantería llena de un medicamento llamado ‘Oniria’. Abrí una caja y leí las primeras líneas del prospecto. Producía un sueño ininterrumpido y sus efectos secundarios podrían ser alucinaciones muy vivas que traspasaban el espacio onírico hasta producirse en la vigilia. Era lo que deseaba precisamente, poder estar soñando todo el tiempo porque en los sueños me reencontraba con Lamieva. Hice acopio de todas las cajas que había, las envolví en un chal que estaba en el respaldo de una silla. Me eché el petate al hombro para salir de allí y fui masticando algunas cápsulas. A los pocos pasos noté el sopor subirme por el cuello y nublarme la vista. Salté el muro para entrar por el jardín a la mansión de Hermógenes. No pude llegar más que hasta los pies del lauro. Quedé bocarriba y, antes de que se me cerraran los ojos, vi a un pájaro caer abatido de sus ramas al probar las cerezas venenosas que le brotaban. Entonces me sentí caer placenteramente a un abismo sin fondo, sin tiempo, sobre un fondo de estrellas fugaces que perseguía la mirada de mis ojos cerrados. después d eun lapso indeterminado desperté a los pies del árbol, o creí despertar. Los astros se detuvieron y bajaron entre las ramas negras del lauro y se juntaron en una incandescencia que no me cegaba. Así apareció Lamieva, desnuda, extremadamente blanca con toda la luz entrándole en los ojos que parecían un manantial de llamas blancas.




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