28 de febrero de 2022

27 de febrero de 2022

Días de Rastro

 


Con el mítico Trapiello en el Rastro de Madrid.

el trapero



De madrugada

 



el trapero


Limónov

 




Morti


Buzón

 


El Cuervo


26 de febrero de 2022

Estamos en La Gloria

 

                                                                       
 Barrio Malasaña (Madrid)
 


 El bar de los ultramarinos






25 de febrero de 2022

24 de febrero de 2022

Viajeros y estables

 




Qué bello reclamo! El Polaco seguro que sabe dónde está.

Sr. Quintano

23 de febrero de 2022

Cinéma

 




Donbass (2018), de Sergei Loznitsa, es una retrato en crudo de un conflicto quizá olvidado. Estamos en una Ucrania donde nada tiene sentido salvo el horror. Y así, entre la tragedia y la más desolada de las farsas discurre una película incómoda, caótica y brutal. Parafraseando a Coppola, no se cuenta la guerra, es ella misma la guerra. Soberbia. Luis Martínez (Diario el Mundo)


[Travis Bickle]


22 de febrero de 2022

Jiménez Lozano o el oficio de levantar la vida con palabras

 

https://www.eldebate.com/


Para el Sr. Quintano, devoto del escritor de Alcarazén



21 de febrero de 2022

Cinéma

 




Un hombre es enviado a La Maca, una prisión de Costa de Marfil en medio del bosque, que tiene la particularidad de estar gobernada por sus propios presos. Siguiendo la tradición, con la primera luna roja es designado por el jefe como el nuevo romano, lo que implica que ha de contar una historia para el resto de prisioneros. 


La noche de los reyes (2020), del director marfileño Phillipe Lacôte, habla sobre la invención y el ancestral impulso de oír un cuento y preguntarse qué pasó después.

«Ahora eres Romano, el príncipe sin reino. Tendrás que contarnos historias».


 En la Maca no hay esperanza, pero sí persiste una fe en la fuerza de la creatividad como modo de supervivencia.

[Travis Bickle]




Hojeo






Larsen

A mano y sin permiso


 Aforismos sobre los sueños


La Huevera


 Diario de León


19 de febrero de 2022

Trilogía del supermercado




AMOR. TRILOGÍA DEL SUPERMERCADO


I

LUIS XVI EN LA PESCADERÍA


La pescadera me preguntó si le quitaba la cabeza. Le respondí que de ninguna manera. ¡Eran tan hermosos sus cabellos dorados y sus ojos de coral! A pesar de ello, colocó el filo del cuchillo justo en el lugar apropiado y, mirándome con arrobo, descargó todo su glorioso peso en el mango. Semanas más tarde me casé con ella, porque de un tajo me convenció de que no me llamaba Ulises, sino Luis. Pero esto me lo callé para que no rodaran más cabezas.


II

                                       CARNE RENDIDA


Aunque era vegana, siempre que iba al supermercado, me pasaba por la carnicería. Me resultaba excitante y repulsivo, por contradictorio que pueda parecer incluso para mí, contemplarlo desde abajo, allí en lo alto, con su uniforme blanco manchado de sangre, manejando con pericia aquellas enorme piezas de carne con sus grandes y fuertes brazos. Las dejaba caer con saña y autoridad contra la superficie de mármol, donde con una firme determinación y un exquisito mimo, procedía a despiezarlas con la maestría de un diestro cirujano versado en orfebrería anatómica. Aquello me atraía de una manera incomprensible, sobre todo si tenía en cuenta la repugnante frialdad que reinaba entre aquellos cadáveres, por mucho que cobraran una suerte de vida alible entre sus dedos musculosos. Sin embargo, una febril voluptuosidad emanaba de aquella escena. Un ardor convulso me conmovía los entresijos, cuando se balanceaba de un lado a otro para hacer fuerza. Entonces, al descoyuntarse la articulación del animal, me sobrevenía un pequeño éxtasis sordo en la garganta.          Nunca se percató de que lo observaba desde lejos, tras el refrigerador del pollo fresco envasado, hasta que un día lo sustituyeron por un congelador bajo. No me arredré ante este inconveniente para mi anonimato, porque la irresistible atracción era más fuerte que la renuncia al espectáculo de sus poderosas, sensuales manos, y de toda su enorme figura trajinando con aquellas dóciles criaturas. Aun quedándome con mi arrobo al descubierto, actuaba como si estuviera solo, imbuido de una gravedad cruel y solemne, placentera, sagrada, concentrado en su meticulosa labor, a pesar de que tres clientas esperaban ser atendidas. Justo en el momento en que hundía su penetrante cuchillo en un gran pedazo cremoso de ternera joven, levantó la cabeza y me vi reflejada en las dos noches tropicales que tenía por ojos, dentro de cuyos orbes me sacrificaba con parsimonia, para después ser descargada, todavía caliente, sobre un altar de pórfido rojo, y por último entregada a los placeres prohibidos, al comenzar a trinchar mi cuerpo rendido.                                                Todo aquel despliegue de regia, recia virilidad, se vino abajo, cuando desde megafonía le hicieron bajar del estrado, y descubrí la enorme desproporción entre su largo y atlético tronco, y sus minúsculas, enclenques piernas. En conjunto, su talla no representaba más de metro y medio; aunque lo peor vino cuando la imaginada voz grave de atlante vibró en un tono tan agudo como el de una soprano.            Mi tórrida desilusión carnívora y carnal sirvió al menos para que renovara los votos en mi fe vegana.


III

CEREZAS EN LA BOCA


Lo que me volvía loco de Camila, la frutera del supermercado de abajo, era la sensualidad perturbadora que emanaba su singular e imprecisa feminidad. No se me ocurrió otra manera mejor de demostrarle mi absoluta rendición, que acercándome todos los días de aquel verano a pedirle que me pusiera unos gramos de cerezas. Las imaginaba recién cosechadas de entre sus labios. Tras dos semanas, por fin, entendió mi declaración de amor, a cuya insistencia contestó ofreciéndome sus más jugosos plátanos en lugar de las cerezas. Como me negara a claudicar, debido a mi inocencia y el desconocimiento de los placeres de Ganímedes, nuestros encuentros se tornaron autistas, a pesar de deseados. Hasta que ella desapareció de la frutería sin dejar rastro, por su propia iniciativa, según me contó la sustituta. Tal vez, si hubiera aceptado aquellos plátanos, aunque solo hubiera sido por cortesía, nos hubiéramos encontrado en la gozosa pulpa de las demás frutas, excluidas las cerezas, por supuesto, porque la perfección ya se sabe que es odiosa.


José Miguel López-Astilleros 

 


Las malas lenguas

 



-Me dicen que el polaco ha leído uno de los libros de la lista. Nos hacemos mayores.

-¿Cuál?

-No suelta prenda como buen jugador de julepe.


Oído en la librería Galatea por el Sr. Q.


EL COMETA ERRANTE

 


                                                           Foto / Juan Luis García


https://www.flickr.com/

[M. Ramone]


Librería Alphaville






 >Lemmy Caution