El Rastro, otoño de 2014 |
La mañana empezó con Gromov iluminado por Rimbaud en el delta y Larsen mellado por las atribulaciones sexuales de Freud. Con la lista de los olvidos en la mano llegó Tinofc, dispuesto a completar los Episodios Nacionales en Reto, territorio hostil.
Bombita buscaba al Amanuense que llegó una hora más tarde porque había aparecido una hora antes en el Rastro, por culpa del maldito cambio de hora.
Después de la resaca del Chivo, patrón de los Ultramarinos, la lengua se soltó y todos coincidían que los cuentos leídos en la presentación de Los Esquinados no mejoraban el texto, más bien lo empeoraban (con la salvedad de Toda la tristeza del mundo de M. Paz, que nos dejaba abandonados en las calles de Praga).
Unos catálogos de IVAN del amigo del polaco, J. M. Bonet, nos sacaron de una rutina de postal en la otoñal mañana rastreril.
Vinilo Vitrubio, el rey del Long Play, se quejaba de que nuncan le invitaban a las presentaciones ultramarinas. Del bolso sacó una tarjeta con su correo y logotipo de Moviplay, y se la entregó a Tinofc para que le avisase en la próxima; “tengo ganas de catar los famosos caldos Ultramarinos de Malauva, los libros para vosotros”.
En la furgodesván el polaco hojeaba un libro de una tienda de cordelería de Tudela y Gromov, buscando el Libro de Jardinería del Padre Mundina en la cabina, encontró algún tomo suelto de las obras de W. F. Florez en Aguilar.
El polaco le enseñó tres tomos que tenía debajo del libro El tabaco, el café y el vino de Antonio Ros. El ruso cojonero se los reclamaba porque ya los había reservado antes. Uno y otro buscaban la mediación del ultraísta en el conflicto, pero éste se lavó las manos y dejó como juez y parte al trapero, que defendía al ferramenta de Varsovia. (Aunque, Larsen, no es rencoroso no olvida las trapacerías del estepario).
Tinofc tiró los tomos, guardando las formas de miliciano, y con un "ahí os quedáis" se fue cabizbajo y pensativo. En la persianera el malvado Carabel atropaba todos los volúmenes del autor de El bosque animado y negociaba el precio con un billete de diez euros con la desgastada disculpa de ”no tengo más”.
Larsen pidió precio por Pluma, seda y acero (la mosca en el Manuscrito de Astorga), el berciano lo despachó: "Cómpralo en la librería que te saldrá más barato que aquí").
Dejamos el baratillo cuando el sol despejaba las sombras de la Guindalera y el roperío empezaba a cobrar vida.
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