Ilustración de Elena Rodríguez |
La ‘Y’
Atolondrado me llevan en una camilla rodante. Voy camino del quirófano. Recapacitando sobre lo que me ha ocurrido en las últimas cuarenta y ocho horas, lo que más me ha sorprendido es que casi todo lo que he oído sobre lo que la gente ve cuando está a punto de morirse es cierto. Desgraciadamente hace dos días sufrí un infarto de miocardio. Estaba tranquilamente paseando cuando sentí como si una garra rasgara mi pecho. Un dolor fortísimo se me instaló en el pecho y corrió electrificando mi brazo izquierdo hasta la punta de los dedos. Antes de perder el conocimiento pasó en unos instantes por mi mente toda mi vida anterior. Vi toda mi existencia en una sucesión de imágenes nitidísimas en cuestión de segundos. Después me desmayé y, mientras mi cuerpo tropezaba con los duros adoquines, me sentí flotar entre algodones, sin dolor alguno y dirigiéndome a una especie de túnel en espiral que irradiaba una luz blanca muy intensa. Estas mismas experiencias las he oído unas cuantas veces. Seguro que ustedes también. La verdad es que nunca hice caso a estas habladurías y siempre pensé que eran tonterías que se inventaban los ingenuos que creen en los espíritus, el más allá y esas estupideces. Ahora que lo he sufrido en mis propias carnes (mejor dicho, en mi propia mente) tengo que reconocer que efectivamente existen estos fenómenos. Sin embargo he intentado encontrar una explicación lógica para ellos, sin tener que llegar a las majaderías espiritistas o del más allá. Lo del túnel luminoso no es más que el producto de una isquemia retinal. El ojo comienza a recibir menos sangre y por ello menos oxígeno. También la corteza cerebral sufre anoxia lo que trastorna las conexiones sinápticas entre las áreas de la memoria a largo plazo y la memoria visual. De ahí la falsa sensación de ver pasar toda la vida en cuestión de segundos, como si fuera una película, y con imágenes muy nítidas.
Desde que recuperé el sentido estoy obsesionado en buscar explicaciones científicas a estos fenómenos. Tengo más pero no les voy a aburrir a ustedes contándoselas y estas que he descrito me parecen las más plausibles… Pero, en el fondo, creo que esta obsesión racionalista trata de encubrir la cruda realidad: mi situación es muy grave. Los doctores me han explicado que el infarto ha necrosado parte de mi corazón y que apenas le queda una funcionalidad del veinticinco por ciento. El pronóstico es desalentador. Con esta funcionalidad no podré hacer una vida normal. Para una posible recuperación caben dos posibilidades. La primera es un parche, una arriesgada intervención quirúrgica para recuperar apenas un cinco por ciento e ir ganando tiempo para llegar a la segunda posibilidad que es un trasplante de corazón. Estoy abocado a un trasplante pero obviamente el tiempo no juega a mi favor y mi grupo sanguíneo, O-, tampoco ayuda…
Una de las enfermeras que empuja la camilla, con gesto rutinario, me dice que esté tranquilo, que todo saldrá bien. Asiento sonriéndole. Creo que estoy llegando al quirófano. Noto el efecto de la anestesia que me inyectaron hace un rato. Me siento como si fuera de plomo. Casi no puedo moverme, pero ¡qué placer! Empiezo a sentir el bloqueo en la sensibilidad táctil y dolorosa. Advierto que no queda resto de ansiedad aunque todavía me queda algo de miedo en el cuerpo… pero se va diluyendo. ¡Si me quedara así para siempre! ¡Firmaría ahora mismo!
Creo que me quedé dormido unos instantes. Estoy tumbado sobre la mesa del quirófano, el gran foco que hay sobre mí me deslumbra. Dos doctores hablan en su jerga, me palpan el pecho y sobre él hacen un dibujo con un rotulador azul que llega hasta el ombligo. Uno de ellos tiene una herramienta parecida a una radial, el otro sujeta un forceps. El disco dentado gira y cuando está a punto de cortarme la piel siento un estremecimiento. Instintivamente intento moverme pero lo único que consigo sacar es una mueca de dolor y un grito mudo. La herramienta empieza su trabajo cortándome las costillas cerca del esternón. Veo saltar algunas esquirlas de hueso que impactan sobre la bata del doctor. Estoy confuso, esperaba un dolor insoportable pero no siento nada… De pronto me doy cuenta de lo que está pasando. Me están operando y estoy anestesiado por eso no siento nada. Sin embargo me doy perfecta cuenta de lo que está sucediendo. Las drogas de la anestesia no han bloqueado la función cognitiva. Creo que en algún sitio leí sobre los raros casos en que podía suceder esto. El paciente se entera de toda la operación pero no siente nada. Me ha tocado a mí. Hubiera preferido que esto no me sucediera y despertarme cuando todo hubiera acabado… da muchísima grima ver cómo te están serrando el cuerpo… Además suponía que iban a ser mucho más delicados. Más que en un quirófano parece que estuvieran de prácticas en un matadero. La sierra hace otras dos incisión a izquierda y a derecha, hasta las clavículas… Un doctor me abre el pecho con los forceps mientras el otro me hurga entre los pulmones. No puedo sentir lo que hace pero está sacando algo… ¡Dos mio! ¡es el corazón! ¡Me ha arrancado el corazón!... He pasado unos momentos de pánico, pero lo he superado pues si me quitan el corazón quiere decir que me van a hacer un trasplante. ¡Dios! qué suerte he tenido, han encontrado un donante justo a tiempo… Me mareo, me entran ganas de vomitar, me mareo… demasiadas emociones, creo que me voy a desmayar.
Despierto aturdido. La visión de mi corazón en manos del doctor fue demasiado. Lo que no pudo bloquear la anestesia lo bloqueó mi mente y me dejó un rato noqueado. Todavía siento la anestesia en el cuerpo pero están disminuyendo sus efectos pues empiezo a sentir frío. Sigo tumbado en la mesa metálica pero no hay nadie, los doctores se han ido. Estoy completamente desnudo sobre esta mesa de acero. Todavía no puedo moverme pero puedo verme el cuerpo. No sé porqué no hay nadie. Siento cada vez más frío. ¿Por qué me habrán dejado así destapado?, miro mi abdomen y veo unos horribles costurones que al llegar al esternón se bifurcan a izquierda y derecha. Pero, por Dios, ¿qué chapuza de puntos me han puesto? Supongo que esto será provisional, que no han acabado todavía de coserme. ¿Dónde se habrán ido los doctores? Vuelvo a mirarme y me parece aún más horrible esta Y que me han hecho en el cuerpo… ¿por qué me habrán dejado aquí solo, muerto de frío sobre esta mesa de acero?...¿acero?... ¿y esa etiqueta con un número en el dedo gordo?... ¿y esta espantosa cicatriz en forma de Y? ¡¡Noooo!!, ¡¡Dios mío!!, Esa… esa Y, ¡¡Noooooo!!
[El Amanuense]
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