e l p o l a c o
31 de julio de 2019
Vivir abajo
Querido amigo: permítame un consejo. Lea este libro.
Saludos
P.S.: no me lapide si no le gusta
[Letrado Quintano]
Las malas lenguas
«Con esa propina ya se puede acabar la trilogía de Dakovika, esa novela por entregas».
Oído a Leo Garduña, ultramarino de terruño
30 de julio de 2019
D A K O V I K A 3 (Una Novela por entregas)
Capítulo 2
Dentro de la chamarilería había un cuarto aparte en el que no había nada. Era un reducto sin ventanas, con una sola bombilla y azulejos blancos en las paredes. Era el polo opuesto al resto de la tienda, lo contrario al ‘horror vacui’ que dominaba lo demás. En cuanto entré noté la ausencia de lo humano, la falta del tiempo, aunque fuese como recuerdo que retenían las cosas fantásticas de la otra parte del local. En el suelo había un agujero, que era la letrina, con un cubo de agua al lado. Había un espejo, roto en una esquina y sin marco, colgado de un clavo negro. Me vi en él sin el fondo de las cosas de la tienda, con la blancura sucia de los azulejos, muy viejo, todo canoso, con barbas del librovejero asesinado pegadas aún a mis barbas y otra vez, un ojo muy grande y otro muy pequeño, uno como viendo algo extraordinario y otro apagado, dormido, muriendo. Todavía tenía barro de la riada metido en el fondo del surco de mis arrugas. También había en ese cuarto una pequeña nevera. Al abrirla encontré algunas botellas de vino muy bueno, de quince o veinte años, y latas de comida que podrían servirme para bastantes semanas.
En una zona de la tienda donde abundaban los juguetes antiguos, los soldados de hojalata, los tiovivos que no giraban, madelmanes amputados, muñecas de porcelana cascada y pelo revuelto que parecían haber sido violadas o animales de trapo caídos en combate, había un colchón que casi no se veía. Después de que pasaron los primeros días me di cuenta de la silueta que mi cuerpo había dejado en aquel colchón. Era la silueta de un hombre tumbado bocarriba que no se había movido durante horas y horas.
Karenino se venía al colchón a dormir conmigo. A media noche siempre tenía pesadillas, no llegaba a despertarse pero hacía un pequeño aullido que parecía un lloro y se ovillaba metiendo su hocico bajo mi espalda. Cada vez le veía más humano, con cara más humana, y luego cada día le encontraba un parecido a alguien. El día que el perro se parecía a Lamieva era yo el que me pasaba las horas aullando.
El cadáver seco del librovejero no intentó más salir del reloj de pared pero se movía y emitía a veces ruidos raros, sobre todo desde que puse el mecanismo en funcionamiento y sentía dar las horas y, especialmente, mientras le daba cuerda.
El desierto y la semilla
Jorge terminó de escribir El desierto y su semilla en 1995. Por entonces era un crítico prestigioso. Presentó la obra al Premio Planeta y no fue siquiera preseleccionada. Él mismo la editó y publicó en 1998, con un texto en la solapa cuyo sarcasmo aún estremece: “Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en un océano vacilante y sin condiciones. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En secuencias como esta quedó atrapada mi soledad”.
Libro recomendado por Leo, librero de Galatea
[el trapero]
Libro recomendado por Leo, librero de Galatea
[el trapero]
Los días raros
LOS DÍAS RAROS
«Escribo este diario a deshoras, sobre todo de madrugada, insomne. Escribo para que mi madre lea lo que escribo. Me gustan esos libros donde los escritores rememoran la figura de la madre después de su muerte. Algunos me apasionan, pero yo escribo sobre mi madre para que ella pueda leerlo. Quiero que sepa la importancia de esos paseos que damos cada mañana, de su presencia en estos años difíciles en los que escribo constantemente. Es sencillo: una madre apoyándose en su hijo y un hijo apoyándose en su madre. Quiero que su retrato quede fijado aquí, en este diario. Y que ella tenga acceso a él. Escribo este diario contra el tiempo. Soy consciente de ello».
Ovidio Parades (Oviedo, 1971) es narrador de reconocido prestigio. Colaborador literario en revistas y diarios (Clarín, La Nueva España, El Huffington Post, LaEscena), tiene publicados varios libros de prosa miscelánea (El extraño viaje, 2010; Ventanas compartidas, 2011; y Vivir en los cafés, 2013), dos novelas (El tiempo que vendrá, 2012; y La mujer de al lado, 2014) y un volumen de cuentos,Corrientes de amor (2015), que cosecharon el favor de crítica y público por su aguda visión de la realidad, plasmada en una narrativa directa en la que, sin embargo, hay lugar para la ternura y la cercanía.
Con Los días raros hace su primera incursión en el formato diarístico para tratar los temas universales que afectan al ser humano con una mirada más personal e íntima.
Con Los días raros hace su primera incursión en el formato diarístico para tratar los temas universales que afectan al ser humano con una mirada más personal e íntima.
Cuaderno del viajero IV
Mercado ultramarino en una placita del puro centro de Sofía, de espaldas a los pocos turistas que transitan los alrededores.
Libros de aeropuerto. Pienso de aeropuerto.
[Morti]
29 de julio de 2019
28 de julio de 2019
27 de julio de 2019
Seis poemas de playa
1
Solo
cuerpo
entre
mar y tierra.
Cuerpo y
mirada.
La
playa.
El mar
hace
desaparecer el cielo
como si
en él
se condensara:
Cielo
hecho líquido
para ser materia
que no necesita
que
nadie lo contemple,
anciano
y recién nacido,
ajeno a
lo humano.
Los
niños en la arena:
Cuerpos
cuya materia
detiene
los rayos del sol
y
proyecta el dibujo
de sus
sombras sobre el suelo,
cuerpos
que la brisa del mar rodea,
espacios de materia
que
dejan su huella en la arena
desalojando
el hueco exacto
entre
las olas.
Justo en
la línea adonde llega
la última ola a la arena
permanecen
en pie, en el límite,
con la
mirada perdida al horizonte.
2
Es
como si
en esta playa
hubiera
muerto yo antes:
Verdes
placas de luz
acotadas
de mar.
Todas
las playas del mundo
y esta
en la que se reúnen
todas
las muertes mías:
Paisaje
sin hombre
al que
acudí como hombre.
3
Límite de tierra y mar,
límite de mar y aire
borrados por la mano de un
dios niño:
Paisaje imaginado que es verdad,
sin nubes,
sin preguntas,
en el que vivir da sentido a
vivir.
4
Como crestas dulces de sal
estas olas rompen
a cada golpe de mar:
Respiración: Pulmón de mar.
Cielo y tierra y mar
se rompen sin rotura,
compás que hace añicos
un irrompible mar.
5
Profundidad verde
seguida de inmensidad azul
y aire de plata.
Van las palabras, los
nombres
de las cosas al silencio
de las cosas.
Inmensidad, verde, azul,
mar, aire, plata
al fondo de las cosas.
6
Orilla:
Tierra, mar y sol
y la orilla
donde todo nace
y todo se recrea
como juguete del mundo:
Todos los materiales
primeros del mundo
que la marea cambia
para dejar
el mismo mundo.
Estos Seis poemas de playa, de BRUNO MARCOS, salieron de la imprenta de Vila Chã en el verano de 2019. Ondeaba la bandera roja en el Atlántico
Las malas lenguas
"Estuve hojeando (pasando las hojas del libro) El intruso honorífico. Empecé por la letra U, cerré el libro y lo dejé en su sitio.
Oído al polaco en la mejor librería del mundo