San Agustín, en sus Confesiones, afirma que
"[...] muchas veces queriendo alguno saber algo por suerte, y valiéndose para esto de los versos de cualquier poeta (en los que su autor dijo e intentó otra cosa muy distinta), suele suceder que el verso se acomoda y ajusta maravillosamente al asunto y negocio que se buscaba, [como si] el alma humana, movida de superior instinto, y sin advertir esa emoción que se hace en ella, esperase alguna respuesta por suerte y casualidad, no por arte ni regla, que se acomode y adapte a los hechos y asuntos de quien hace la pregunta".
De entre los libros más empleados para el arte de la bibliomancia están la Eneida y La Biblia. El poeta ruso Ogarev, uno de los "exiliados románticos" escribió estas fatídicas líneas, citadas, creo, en el libro de Carr:
"Abría yo al azar la vieja Biblia
Y pedía, llorando amargamente,
Que caiga sobre mí por voluntad del destino
La vida, el dolor y la muerte de un profeta".
Justamente así, "El manto del profeta", tituló Joseph Frank uno de los tomos de su extensa biografía de Dostoievski, donde indica que los anteriores versos, junto con otros de Pushkin, figuraban entre sus favoritos. Pues bien, el propio Dostoiveski, ya muy enfermo, le pidió a su mujer que abriese al azar y leyese un pasaje del Evangelio que le habían regalado las mujeres de los decembristas durante su presidio y que el autor conservó toda su vida. Ella lo abrió por las palabras de Mateo: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia». Dostoievski replicó entonces: “Déjame ahora”. Pués moriré hoy”. Y así fue.
El grabado de Dostoievski es de una edición de Aguilar comprada en MAXTOR, una librería de lance de Valladolid, de mis tiempos de estudiante.
[Colaboración de Gromov]
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