El Rastro, verano de 2014 |
He ido al Rastro más por ver a los ultramarinos, esos cronopios del vertedero, que por hacer esta crónica.
Allí me encontré con Tinofc, el polaco, que en su soledad bien se lambe. Siempre de guardia, siempre quejándose: “Los autónomos no tenemos vacaciones”. En su desidia no se acercaba ni a los libros. Devoto de las minucias se conformó con una libreta de anís Mihura.
De la estación de tren llegaba el congresista Gromov con mono de baratillo debido a su retiro en el pueblo. Desbocado se deslomaba entre todas las cajas que encontraba a su paso ejerciendo con torpeza el oficio del regateo. Con dos bolsas en cada mano y un adiós ferroviario se alejó camino de la vías.
No podría faltar Bombita, el cucharilla de Torre, correponsal en horas perdidas. Se lo presentaron a una gitana como el soltero de oro, y, con esa gracia de bulería, le dijo la mujer: “Oye, tú y yo, podíamos hacer un apaño”. Cuando nos dimos la vuelta ya se había esfumado echando hertzios.
Esperaba ver al Amanuense, que en Cadórniga nos emplazó para el domingo, pero ni rastro de él. Se habrá ido a vigilar los silos a Requejo. De Larsen, el trapero, me dicen que la última que lo vieron estaba en la finca de los Panero haciendo fotos a las ruinas.
Por lo demás el resto de la fauna rastreril: Michichalequines, Marilyn, Lamari, Ramunas, DJ, Evita, el carbonero Mendoza, el rayas, Rafa taleguillas, el porteño Dipinto, el capitán Nelson, el ultraísta, estaban en su sitio, viendo pasar sombras.
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