El matemático Abraham de Moivre, a quien se debe la expresión exponencial de los números complejos, empezó inopinadamente a dormir cada día un cuarto de hora más. Con el tiempo, casi empalmaba sus sueños entre lagunas de vigilia y, cuando llegó a dormir veinticuatro horas seguidas, ya no despertó.
Tristam Shandy, el personaje de
Sterne, planeó toda su vida culminar su autobiografía al detalle, infructuosamente, porque
para dar cuenta del relato de un día de su infancia ocupaba una semana de
escritura ya en su madurez.
La fiel Penélope de la Odisea de Homero, para dilatar el ultimatum dado por los pretendientes ante la ausencia de Ulises, fijó como plazo la terminación de un tapiz con los motivos de la caída de Troya cuyo entramado deshacía casi completamente durante la noche, de modo que la obra siempre estaba inacabada.
El cronista de Las Malas Compañías, al principio,
publicaba sus entregas puntualmente los viernes siguientes al domingo de autos. Pero comenzó a demorarse (para pulirlas, decía el) y a sacarlas
los sábados por la mañana, y luego incluso diez o doce días después. Con el tiempo,
la periodicidad aumentó aún más y concluyó por dar paso al caos. Los sucedidos que
contaba, ya de por sí inverosímiles, pasaron a ser ucrónicos.
[Piero della Biondetta, artista del azote]
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