Olvidado
Estoy muerto. ¿Cuánto tiempo llevo muerto? Ya no me acuerdo y me produce fatiga calcularlo. Tardé un tiempo en reconocerlo, pero estoy muerto.
Camino, respiro, pienso... pero estoy muerto.
Hoy me toca ir a la librería de viejo. Es un ritual más. Como todo lo que hago. Todo en mi vida (si al estar muerto se le puede llamar vida) se ha convertido en un ritual. Automatismos sin pasión, sin alma, sin destellos. Monotonía y reiteración, eso es mi existencia desde que estoy muerto. Todo es gris. Qué distinto cuando todo a mi alrededor era color, agasajos, homenajes, afectos y reconocimiento. Crear era para mí como respirar. Manaba la imaginación como torrente desbocado.
- Buenas días.
- ¡Buenos días caballero!, respondió amablemente el librero.
- ¿Ha aparecido algo?
- Lo siento caballero pero no hemos tenido suerte, no hay nada.
- Si aparece algo por favor resérvemelo.
- Por supuesto caballero, como siempre.
- Adiós, que tenga usted un buen día.
- Muchas gracias por su visita. Hasta cuando quiera.
Me dispongo a salir de la librería cuando entra en el local una mujer joven con un chiquillo. Al principio no la reconocí, con sus gafas de sol, el pelo suelto y el vestido estampado.
- Hola don Jacinto, qué sorpresa, usted por aquí.
- Ah!, hola, buenos días. Lo siento, no la había reconocido, así, sin la bata blanca y con gafas...
- Claro, claro, no se preocupe...
- Bueno, ya me iba.
- Hasta luego don Jacinto, ya nos veremos por la tarde.
Estoy muerto. ¿Cuánto tiempo llevo muerto?
- Hola Antonio, aquí vengo con Kevin, a ver si tienes el libro que te dije por teléfono.
- ¿Qué tal Marga? Así que vienes con Kevin, mi sobrino preferido. Pues sí, aquí tengo algo para el caballerete. Aquí está: La isla del tesoro, con magníficas ilustraciones.
- Qué suerte Kevin, ¿te gusta?
- Sí mamá, es muy bonito
- ¿Cómo van las cosas Antonio? ¿Mejoran?
- Nosotros tenemos doble crisis. La que pasa todo el mundo y la nuestra, la del gremio. Nuestros clientes son gente mayor, no hay recambio generacional.
- No será para tanto, tú siempre exageras.
- No, no exagero. Muchos de nuestros clientes son como el anciano que acaba de salir y cuando se nos va uno no hay repuesto. Por cierto veo que lo conoces.
- Sí, está en la residencia, lleva allí varios años. Cuando yo entré a trabajar ya estaba allí. Tiene la habitación llena de libros pero nunca le he visto leyendo, los tiene como si fuera una colección. Es un hombre muy educado, pero siempre está solo, es muy reservado, siempre está como deprimido. En la residencia nadie sabe a qué se dedicaba, por más que le preguntes jamás te dice nada de su vida, siempre te contesta con vaguedades.
- Sí, es así. Aquí viene desde hace unos años. Es un hombre muy extraño. Únicamente compra ejemplares de un autor muy reconocido en su época, pero hoy tristemente olvidado como tantos. Ni siquiera sé cómo se llama después de tantos años, aunque no sé porqué me despierta simpatía.
- Sí, es un hombre especial, no habla pero no es aburrido, no cuenta nada de su vida, de su familia..., no cuenta nada de nada, pero no resulta huraño. Es verdad, no sé porqué pero no cae mal a la gente. Tiene algo este don Jacinto.
- Pues hoy me entero de su nombre: Jacinto, como el autor que busca, Jacinto Portocarro.
- Pero Jacinto Portocarro es don Jacinto, o sea don Jacinto se apellida Portocarro Bello.
- ¿Cómo dices? No me digas que es Jacinto Portocarro ¿Pero sabes quién era Jacinto Portocarro Bello? bueno, quién es. Entre otros galardones obtuvo Premio Nacional de Poesía en 1939. Pero si yo creía que se había muerto hace años. Vaya sorpresa, viniendo a mi tienda hace años y yo sin enterarme...
Estoy muerto. ¿Cuánto tiempo llevo muerto? Ya no me acuerdo y me produce fatiga calcularlo. Tardé un tiempo en reconocerlo, pero estoy muerto.
Camino, respiro, pienso... pero estoy muerto, ¿quién me lee?
[El Amanuense]
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