OVEJAS, CARNEROS Y CABRAS
Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos; el cual es tan descuidado, que cada día me falta una; y porque castigo su descuido, o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente.
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La descomunal batalla ovina |
Pensó sin duda alguna que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque tenía, a todas horas y momentos, llena la fantasía de aquellas batallas, encantamientos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes; y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca.
Vuélvase
vuestra merced, señor don Quijote, que ¡voto a Dios que son carneros y ovejas
las que va a embestir! ¡Vuélvase, desdichado del padre que me engendró! ¿Qué
locura es ésta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni
armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es
lo que hace? ¡Pecador soy yo a Dios!
Esto
diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de
lanceallas con tanto coraje y denuedo, como si de veras alanceara a sus mortales
enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que
no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y
comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño.
Sábete,
Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y
este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de
alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de
ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas
ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente, y verás
cómo, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y,
dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos como yo te
los pinté primero.
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Oveja y lobo |
¿Quién
pudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis
servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese dondequiera
que le ocupase, se había de enconar, como suele decirse, en tomarme a mí una
sola oveja, que aún no
poseía?
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Ahora sólo se
debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio
mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando Bella me despedí; y
aun, por más señas, era el queso ovejuno.
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Felixmarte de
Hircania, que de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura, corno si
fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niños. Y otra vez
arremetió con un grandísimo y poderosísimo ejército, donde llevó más de un
millón y seiscientos mil soldados, todos armados desde el pie basta la cabeza,
y los desbarató a todos como si fueran
manadas de ovejas.
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Habiendo
Sancho lo mejor que pudo acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el
olor que despedían de sí ciertos tasajos de cabra, que, hirviendo al fuego, en
un caldero estaban.
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-Todos
haremos lo mesmo -respondieron los cabreros-, y echaremos suertes a quién ha de
quedar a guardar las cabras de todos.
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La
conversación honesta de las zagalas destas aldeas v el cuidado de mis cabras me
entretienen; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen,
es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su
morada primera.
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EL CUENTO DE LAS CABRAS
-«Digo, pues
-prosiguió Sancho-, que en un lugar de Extremadura había un pastor cabrerizo,
quiero decir que guardaba cabras; el cual pastor o cabrerizo, como digo, de mi
cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora
que se llamaba Torralba; la cual pastora llamada Torralba era hija de un
ganadero rico..., y este ganadero rico... »
-Si desa
manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, repitiendo dos veces lo
que vas diciendo, no acabarás en dos días; dilo seguidamente, y cuéntalo como
hombre de entendimiento, y si no, no digas nada.
-De la misma
manera que yo lo cuento -respondió Sancho se cuentan en mi tierra todas las consejas;
y yo no sé contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga
usos nuevos.
-Di como
quisieres -respondió don Quijote-; que pues la suerte quiere que no pueda dejar
de escucharte, prosigue.
-«Así que,
señor mío de mi ánima -prosiguió Sancho-, que como ya tengo dicho, este pastor
andaba enamorado de Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareña y
tiraba algo a hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que
ahora la veo.»
-Luego,
¿conocístela tú? --dijo don Quijote.
-No la conocí
yo -respondió Sancho--; pero quien me contó este cuento me dijo que era tan
cierto y verdadero, que podía bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar
que lo había visto todo. «Así que, yendo días y viniendo días, el diablo, que
no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía
a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad; y la causa fue, según
malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales, que
pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la
aborreció de allí adelante, que, por no verla, se quiso ausentar
de aquella
tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada
del Lope, luego le quiso bien, más que nunca le había querido.»
-Ésa es
natural condición de mujeres -dijo don Quijote-, desdeñar a quien las quiere y
amar a quien las aborrece; pasa adelante, Sancho.
-«Sucedió
-dijo Sancho- que el pastor puso por obra su determinación, y, antecogiendo sus
cabras, se encaminó por los campos de Extremadura para pasarse a los reinos de
Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale a pie y descalza
desde lejos, con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello, donde
llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo
de mudas para la cara; mas, llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter
ahora en averiguallo, sólo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado a
pasar el río Guadiana, y en aquella
sazón iba
crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni
barco, ni quien le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se
congojó mucho, porque veía que la Torralba venía ya muy cerca, y le había de
dar mucha pesadumbre con sus ruegos y lágrimas; mas tanto anduvo mirando, que
vio un pescador, que tenía junto a sí un barco, tan pequeño, que solamente podían
caber en él una persona y una cabra; y, con todo esto, le habló y concertó con
él que le pasase
a él y a
trescientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el barco y pasó una cabra;
volvió, y pasó otra; tornó a volver, y tornó a pasar otra.» Tenga vuestra
merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una
de la memoria, se acabará el cuento, y no será posible contar más palabra dél.
«Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de
cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver; con todo
esto, volvió por otra cabra, y otra y otra...»
-Haz cuenta
que las pasó todas -dijo don Quijote-, no andes yendo y viniendo desa manera,
que no acabarás de pasarlas en un año.
-¿Cuántas han
pasado hasta ahora? -dijo Sancho.
-He ahí lo
que yo dije: que tuviese buena cuenta; pues por Dios que se ha acabado el
cuento, que no hay pasar adelante.
-¿Cómo puede
ser eso? -respondió don Quijote-. ¿Tan de esencia de la historia es saber las
cabras que han pasado, por extenso, que si se yerra una del número no puedes
seguir adelante con la historia?
-No, señor,
en ninguna manera -respondió Sancho-, porque así como yo pregunté a vuestra
merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me respondió que no sabía,
en aquel mesmo instant se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por
decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.
-¿De modo
-dijo don Quijote- que ya la historia es acabada?
-Tan acabada
es como mi madre -dijo Sancho.
-Dígote de
verdad -respondió don Quijote-, que tú has contado una de las más nuevas
consejas, cuento o historia, que nadie pudo pensar en el mundo, y que tal modo
de contarla ni dejarla, jamás se podrá ver ni habrá visto en toda la vida,
aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues
quizá estos golpes, que no cesan, te deben de tener turbado el entendimiento.
-Todo puede
ser -respondió Sancho-; más yo sé que en lo de mi cuento no hay más que decir:
que allí se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.
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Estándola
mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y a deshora, a su siniestra
mano parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas, por cima de la
montaña, pareció el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Diole
voces don Quijote, y rogóle que bajase donde estaban. Respondióle Sancho que
bajase, que de todo le darían buena cuenta.
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El cabrerizo y su interlocutora |
Y estando
comiendo, a deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila, que por
entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban sonaba, y al mesmo
instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel
manchada de negro, blanco y pardo; tras ella venía un cabrero dándole voces, y
diciéndole palabras a su uso, para que se detuviese, o al rebaño volviese. La
fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse
della, y allí se detuvo.
Llegó el
cabrero, y asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y
entendimiento, le dijo:
-¡Ah,
cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo!
¿Qu lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa? Mas ¡qué puede
ser sino que sois hembra, y no podéis estar sosegada; que mal haya vuestra
condición, y la de todas aquellas a quien imitáis! Volved, volved, amiga; que
si no tan contenta, a lo menos estaréis segura en vuestro aprisco, o con
vuestras compañeras; que si vos que las habéis de guardar y encaminar andáis
tan sin guía y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas?
Contento
dieron las palabras del cabrero a los que las oyeron, especialmente al
canónigo, que le dijo:
-Por vida
vuestra, hermano, que os soseguéis un poco y no os acuciéis en volver tan
presto esa cabra a su rebaño; que pues ella es hembra, como vos decís, ha de
seguir su natural distinto, por más que vos os pongáis a estorbarlo. Tomad este
bocado y bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en tanto, descansará la
cabra.
Y el decir
esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre, todo
fue uno.
Tomólo y
agredeciólo el cabrero; bebió y sosegóse, y luego dijo:
-No querría
que por haber yo hablado con esta alimaña tan en seso, me tuviesen vuestras mercedes
por hombre simple; que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le
dije.
Rústico soy;
pero no tanto que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las
bestias.
-Eso creo yo
muy bien -dijo el cura-; que ya yo sé de experiencia que los montes crían
letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos.
-A lo menos,
señor -replicó el cabrero-, acogen hombres escarmentados; y para que creáis
esta verdad y la toquéis con la mano, aunque parezca que sin ser rogado me
convido, si no os enfadáis dello y queréis, señores, un breve espacio prestarme
oído atento, os contaré una verdad que acredite lo que ese señor -señalando al
cura- ha dicho, y la mía.
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El cabrero dio
dos palmadas sobre el lomo a la cabra, que por los cuernos tenía, diciéndole:
-Recuéstate
junto a mí, Manchada; que tiempo nos queda para volver a nuestro apero.
Parece que lo
entendió la cabra, porque en sentándose su dueño, se tendió ella junto a él con
mucho sosiego, y mirándole al rostro daba a entender que estaba atenta a lo que
el cabrero iba diciendo.
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Finalmente,
Anselmo y yo nos concertamos de dejar el aldea y venirnos a este valle, donde
él, apacentando una gran cantidad de ovejas suyas propias, y yo, un numeroso
rebaño de cabras, también mías, pasamos vida entre los árboles, dando vado a
nuestras pasiones, o cantando juntos alabanzas o vituperios de la hermosa
Leandra, o suspirando solos y a solas comunicando con el cielo nuestras
querellas. A imitación nuestra, otros muchos de los pretendientes de Leandra se
han venido a estos ásperos montes, usando el mesmo ejercicio nuestro
Y ésta fue la
ocasión, señores, de las palabras y razones que dije a esta cabra cuando aquí
llegué; que por ser hembra la tengo en poco, aunque es la mejor de todo mi
apero. Ésta es la historia que prometí contaros. Si he sido en el contarla
prolijo, no seré en serviros corto: cerca de aquí tengo mi majada, y en ella
tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y sazonadas frutas,
no menos a la vista que a gusto agradables.
Los pastores Quijotiz y Pancino |
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[Gromov]
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