LA VAMPIRIZACIÓN DE DON QUIJOTE
En vano busqué referencias vampíricas del Quijote en la notable colección de ensayos de Mercedes Monmany intitulada Don Quijote en los Cárpatos, aunque bien es cierto que se puede establecer un paralelismo (alentado a fines turísticos) entre Vlad Tepes con Transilvania de una parte, y Don Quijote con la Mancha por otra. Las concomitancias que buscaba fui a encontrarlas, sin embargo, en la lectura atenta del texto novelesco de mano de uno de los mayores cervantistas que en el mundo han sido: Martín de Riquer.
Y es que cuando los libros de
caballería le sorbieron el seso a nuestro hidalgo, del mismo modo que cuando
Drácula le succionaba la sangre a sus víctimas, Don Quijote, que aún no lo era,
empezó a pasarse “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio”,
talmente como los vampirizados. A resultas de ello, de seco y avellanado como
era, quedó más chupado aún. Es también muy significativo que, según confesión
propia sintiera una vez “un olor de ajos crudos que me encalabrinó y atosigó el alma”
(pero, ¿tienen alma los vampiros?).
Además, igual que a los atacados
por los sus mordiscos se les trata de cauterizar las heridas para conjurar la
infección mortal, a Don Quijote se le quemó su biblioteca de novelas caballerescas, pero ya entonces estaba contaminado por el virus aventurero. En
último extremo, a los vampiros que no son recuperables hay que hacerlos morir
definitivamente. Y bien, ¿qué cosa remató a nuestro caballero?
Tal vez suene tópico, pero fue la
cruda realidad. Como bien señala Riquer en su fundamental Para leer el Quijote, a
partir de su llegada a Barcelona el Caballero de la Triste Figura se difumina,
se desdibuja. Es lo mismo que tantas veces hemos visto en el cine cuando a un
vampiro se le clava una estaca en el corazón. En el episodio del bandido Roque
Guinart, (que lo fue real, no meramente novelesco), Don Quijote hace de
secundario; y en el del ataque de las galeras (documentado) ya es mera
comparsa. La puntilla se la dará el Caballero de la Blanca Luna al vencerle en
las playas de Barcelona. Antes de morir en su propia cama, el "loco que nos hace cuerdos" ya era cadáver.
[Gromov]
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