¡Cómo odio las ordenadísimas columnas
y pirámides de novedades en las librerías! Me recuerdan a las alpacas de
alfalfa que arrojan las cosechadoras en las eras y que los agricultores apilan
para su almacenamiento. Su geometría me produce angustia, como Nueva York a
García Lorca. Además, mucho se ha hablado del agradable olor del libro nuevo,
pero eso sería antaño; porque ahora, con los tratamientos para librar de cloro
al papel, algunos huelen que tiran para atrás.
En cambio, ¡cómo me gustan los
montones desordenados de libros de viejo! Cuanto más heterogéneos, mejor. Conozco vendedores del Rastro que los recogen
ordenados en cajas (las de plátanos y kiwis son estupendas, por lo robustas y
ligeras). Nada les costaría exponerlos con los lomos de los ejemplares a la
vista, mostrando sus títulos y formando módulos. Pero no: conocedores natos del
merchandising, los vuelcan a voleo
para que los compradores rebusquen a su sabor entre la hojarasca de papel
escrito.
[BUBBLE BOY]
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