El carrusel
Daniel tomó la mano de su hijo y se dispuso a salir a la
calle por primera vez desde que decretaran el confinamiento, hacía ya dos
meses. Lucas lo miró desconcertado, hizo un mohín y rechazó el ofrecimiento.
Las videoconferencias con sus compañeros de clase y profesores habían
sustituido a la antigua realidad del colegio, los madrugones y el frío invernal
del patio de recreo, así como los servicios de la televisión on line habían sustituido a las grandes
salas de cine, que solía frecuentar los domingos con su madre, y así hasta un
sinfín de costumbres más. Daniel se acercó a la ventana de la salita, la abrió
de par en par y lo animó a que se asomara, al fin y al cabo tenía la misma
forma de las pantallas a las que se asomaba todos los días durante largas horas,
pensó. La luz de la mañana y el perfume vegetal del parque de enfrente no lo
convencieron, hasta que desde lejos escuchó una musiquilla familiar, provenía
de un ángulo al cual no tenían acceso sus ojos. Era la del carrusel que tanto
le gustaba.
Tras franquear la puerta de salida, era Lucas quien
conminaba a su padre, tirando de su brazo, para que se diera prisa. Tenía unas
ganas locas por llegar a la caseta, donde Marlon le vendería a su padre el
tique que le permitiera dar unas vueltas sobre el caballo Faetón, su preferido.
Cuando llegaron al carrusel, la desilusión se apoderó de su estado anímico. La
tortuga Lupe, la pantera Lisa, el cerdito Pigu, el perrito Pancho, el elefante
Timbo… todos estaban cubiertos con una funda, inmóviles. La única señal de vida
provenía del altavoz, al menos el sonido de la música no había sido solo un
deseo.
A punto de marcharse apareció Marlon, quien tras saludarlo
efusivamente y encomiarle lo mucho que había crecido, procedió a desenvolver
toda la fauna infantil. Después de encender las brillantes luces de neón que
animaría a todas las criaturas de cartón piedra, Daniel aceptó la invitación de
Marlon, para que Lucas hiciera el primer viaje gratis por ser el primer y único
niño presente hasta el momento. Lucas se quedó pensativo durante unos segundos
mientras miraba a su alrededor, todo parecía igual que antes, como si estos dos
meses pasados no hubieran existido. Sin embargo, al acercarse a Faetón, solo
vio en él la caricatura inerte de un caballo ridículo, y hasta sintió vergüenza
ante la posibilidad de montarse en su grupa, como le apremiaban su padre y
Marlon. Supo entonces que el mundo al que se había incorporado no era el mismo
de antes, a pesar de su aparente “normalidad” exterior. Dio un paso hacia atrás,
miró a Marlon con melancolía y se despidió de él agitando la mano de un lado a
otro. Cuando le dio la espalda, la música del carrusel dejó de sonar en su
cerebro.
José
Miguel López-Astilleros
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