Querido amigo: fíjese usted qué despropósito. Paseando en estos días de asueto me dio por recordar que había leído, no sé dónde, que el español medio dispone de un acervo de, aproximadamente, 300 palabras para su manejo diario. Es poca cosa si lo comparamos con las 88 000 palabras que recoge el Diccionario de la R.A.E. o las 115 000 palabras resultantes de añadir a las primeras el 30% que se precisa para calcular el número con que cuenta un idioma.
Pues a pesar de que 300 palabras son pocas, en estos últimos años hay un creciente interés por reducir tal número, por malbaratar su correcto uso o por modernizar nuestro idioma con la seguridad que se autoconfiere el vulgo empoderado, según le paso a referir. No obstante, sí le anticipo mi sumisión a cualquier enmienda que se me realice porque a buen seguro será fácil hacer de mi un cazador cazado.
Podemos comenzar con la cada vez más frecuente práctica de sustituir a ver por haber, que por razones obvias solo he detectado en mensajes escritos, y que se completa con el festivo intercambio del adverbio ahí por la interjección ay. De todas formas, hay quien atenúa el yerro mediante la adición de una tilde a la y de la interjección alcanzando el dislate proporciones galácticas con el término ay´.
También en el lenguaje hablado han aparecido últimamente expresiones de difícil clasificación, al menos para mí. Desde el minuto cero, Lo hizo en cero coma, aluden a extensiones temporales que parecen haber quedado huérfanas, repentinamente, de sus tradicionales formas de descripción. Vamos, que decir Desde el primer momento o Lo hizo en un suspiro, pongo por caso, se ha convertido en algo más anticuado que sustituir mermelada por letuario.
En esta reducida visión de los derroteros del español actual no puede faltar alusión a ciertas muletillas que se han hecho hueco en el lenguaje hablado. ¿Qué me dice usted de la costumbre de apoyar con la interrogación ¿Vale? toda frase, principal o subordinada? ¿Y qué le parece el recurso permanente a la locución un poco o un poquito (más fino) que se intercala en cualquier parte de la frase?: yo quería decirte esto, bueno, un poco por aclarar las cosas.
También es digno de mención el empleo, cada vez más acentuado, de la palabra revisitar a la que parece atribuirse un significado que mezcla el de los verbos revisar y actualizar, pero no me haga mucho caso en esto porque es un galicismo que he oído emplear en distintos contextos. Y, claro, aunque solo sea de pasada, merece un hueco la inaceptable confusión de los verbos oír y escuchar que nos lleva a presenciar cómo alguien grita a un tercero, de acera a acera, ¿Me escuchas?
Notable es igualmente la sustitución de la muy castiza expresión Por pelotas o, si se me permite la licencia, la genital apuesta de que algo se hará Por mis cojones por la cursi afirmación de que algo habrá de acaecer Sí o sí. Al parecer, y sin que nos hayamos dado cuenta, la conjunción disyuntiva ha cesado en su función de presentar dos alternativas contrapuestas y mutuamente excluyentes para pasar a ser espejo de una sola de las posibilidades.
Y para acabar refiero algo que me enerva particularmente: el entrecomillado de cualquier palabra o expresión en el lenguaje hablado mediante la adición del entre comillas que a veces se hace acompañar con una flexión de las dos últimas falanges de los dedos índice y corazón previamente dispuestos en forma de uve. Pena de cizalla.
En resumen: nunca fue tan accesible la totalidad del conocimiento y nunca existió una atrofia igual de la curiosidad humana. Al final va a ser cierta la epidemia de literofobia de la que habla Escohotado.
Le envío, como siempre, un saludo afectuoso en esta ocasión desde mi sauna.
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