10 de octubre de 2013

Folia Autumnalis



“La gloria ¿dónde está?” Una voz misteriosa contestóme: “Más allá... más allá...”



FOLIA AUTUMNALIS



HOJAS DEL ARBOL CAÍDAS
JUQUETES DEL VIENTO SON.
LAS ILUSIONES PERDIDAS
SON HOJAS DESPRENDIDAS
DEL ARBOL DEL CORAZÓN
(Espronceda, El Estudiante de Salamanca)



Uno de los más bellos (y desconocidos) escritos de Bécquer es el titulado Las hojas secas, un breve relato para un almanaque:
Dos hojas secas se hablaban, y éste, poco más o menos, era su extraño diálogo: 
-¿De dónde vienes, hermana? 
-Vengo de rodar con el torbellino, envuelta en la nube de polvo y de las hojas secas, nuestras compañeras, a lo largo de la interminable llanura. ¿Y tú? 
-Yo he se guido algún tiempo la corriente del río, hasta que el vendaval me arrancó de entre el légamo y los juncos de la orilla. 
-¿Y adónde vas? 
-No lo sé: ¿lo sabe acaso el viento que me empuja? 
                                                                                                    (Fragmento)


Recuerdo haber leído en Montesinos o en Martín Alonso que este era un texto tan querido por un diplomático extranjero finisecular, que el poseedor del manuscrito se lo dio en reconocimiento por su aprecio póstumo al poeta sevillano.
También otro poeta, José Hierro, como única frivolidad en su austero cuarto de trabajo, tenía sobre su escritorio una caja con hojas secas. Aparecen en su poesía de forma recurrente:

La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje los objetos
que duermen en la playa. 
                                                               (Teoría y alucinación de Dublín)

Que caigan las hojas secas,
que nazcan las flores blancas,
¡qué más da!
…………………………………………………………….(El indiferente)


Nos habla con palabras graves  
y se desprenden al hablar  
de su cabeza secas hojas  
que en el viento vienen y van.
                                                            (El caballero de otoño)


Tanto la Biblia como Homero en uno de sus famosos símiles, y casi con idénticas palabras, comparan la fugacidad  de la vida humana con el carácter caducifolio:
Como las hojas verdes de un árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así las generaciones humanas, unas mueren y otras nacen. (Eclesiástico, 14, 18)

Cual la generación de las hojas, tal la de los hombres. Las hojas las esparce por tierra el viento, otras, sin embargo, el bosque reverdeciente genera y llega la primavera; así la generación de los hombres que nace y que perece. (Ilíada 6, 146-149)

¿Es esta caducidad lo que nos atrae de las hojas secas?

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                                                                                                                             [Gromoviana]

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