Somos libros, seámoslo siempre, Fernando Iwasaki
Cuando se ha escuchado a Fernando Iwasaki alguna vez hablar, a partir de ese momento es imposible no poner su voz al narrador interior que a uno le resuena en la cabeza mientras se lee alguno de sus textos. Así, desde que se recorre de un vistazo la contraportada de Somos libros, seámoslo siempre hasta la última página, ahí está él con su cadencia melosa defendiendo los libros como nunca dejarán de ser, maravillas y mamotretos en papel y en piel, que se tocan y se huelen y se soban y te acompañan hasta los estertores del sueño entre las sábanas, infinitamente más cálidos que los artilugios digitales. Pero este alarde de devoción no es solamente por el formato, sino por todo lo que huele a viejo muy del gusto de los Ultramarinos, como escritores olvidados y personajes del mundo literario que sin vivir en una novela lo parecía, como por ejemplo el crítico que nunca le perdonó a Borges que le debiera diez pesos que le prestó para un taxi. Una golosina que leer de una sentada, que deja el regusto elitista de regodearse en la propia querencia de las extravagancias bibliófilas.
[Raquel LLamazares]
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