Foto de Darío Marcos |
Los felpudos estaban comidos de tedio, las tertulias estaban dormidas de inutilidad, los retratos de la galería de socios ilustres estaban bostezantes de pintura mala y nombres olvidados, y los teléfonos de ficha estaban averiados. Todo lo que se escribía, se hablaba, se leía, se peroraba y se estudiaba en aquel Ateneo estaba transido de las frituras del bar, de modo que las sombras perdidas de Unamuno, Valle-Inclán, Gómez de la Serna y Azaña se habían refugiado en la carbonera y de vez en cuando gemían como gatos por los patios secretos, malolientes y criminales de la casa antigua.
La noche que llegué al Café Gijón, Francisco Umbral.
[el trapero]
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