10 de febrero de 2014

Bestiario del Rastro (I)



Bestiario del Rastro


Un ensayo de biotipos
cuyo objeto es describir en clave animal

Los Más Preclaros Especímenes de la Rastrosfera








I 


Desde sus mismos orígenes el Rastro ha estado vinculado de una u otra forma al mundo animal. Es bien conocido que su denominación predominante y primigenia proviene del reguero de sangre que dejaban las reses al ser “arrastradas” desde  el sacrificio a su plaza de venta, o las aves de corral al ser descabezadas in situ y echar a correr con su postrer aliento vital en una fuga ciega y breve, asperjando de rojo el bendito suelo.

Con posterioridad, tales lugares derivaron a un mercadeo cada vez más heterogéneo e interdisciplinar que siguió manteniendo, no obstante, el “rastro” de sus atávicas reminiscencias. Curiosamente, algunos de los antiguos mataderos se convierten ahora, a su vez, en espacios culturales de subvencionada vanguardia que, salvo por algunos detalles que no escaparán al ojo experto, son perfectamente ajenos a su génesis animalaria. 

Incluso en el ámbito anglosajón, el típico rastrillo inglés, cuyo arquetipo bien pudiera ser el Portobello de Notting Hill, lleva el apelativo de flea market, es decir “mercado de la pulga”, haciendo alusión dicho animalejo al menudeo que caracteriza este tipo de actividad subsidiaria. También en alemán tiene la misma etimología: flohmarkt, como el Naschmarkt de Viena. En francés es marché aux puces (sólo conocemos el de Lieja), en italiano mercato delle pulci, derivado del anterior, y en portugués se habla de mercado das pulgas, siendo archipopular la lisboeta Feira da Ladra (que no precisa traducción). El parásito también está penetrando como plaga en el lenguaje de Hispanoamérica y, por fin, en utópico esperanto, amalgamando todas las lenguas anteriores, el lugar por antonomasia del trapicheo se reinventa como pulbazaro.

Pues bien, pese a tales animalescas concomitancias, los bichos de cualquier tipo aparentemente se han esfumado del Rastro actual. El que Jules Renard consideraba “un animal sin pelaje, cuya piel es muy apreciada”, el más bello del mundo a decir de algún solapado machista, ese pretendido objeto de una añeja pornografía en papel couché que tanto proliferó durante los años de la Transición, ha desaparecido de facto: se lo han llevado los vientos de internet y tan sólo queda algo de su ajado esplendor en formato DVD, normalmente pirata. Y hasta los recoletos jilgueros, canarios y demás aves canoras, que no ha mucho amenizaban con su gorjeo las mañanitas dominicales, han volado, no se sabe si por prescripción facultativa o proscripción gubernativa. De modo que la única presencia de fauna autóctona (aparte de la de algunos bípedos implumes, quasi cuadrumanos, que eludimos citar aquí) parece ser la alineación de pollos de la sempiterna camioneta-rustidera y, cuando el tiempo acompaña, la indeseada tozudez de las cansinas moscas que pululan por los puestos de dulces y encurtidos.

Por eso tal vez sea poéticamente justo elaborar un censo razonado de las más representativas criaturas rastreras a modo de registro bestiario. Seguimos ciegamente nuestro instinto y contamos para ello con una rastrovisión quizá muy subjetiva, deformación un tanto libresca, pero también con antiguos cronicones y centones de incierta ubicación, así como con una tradición oral de honda raigambre y fecunda cosecha, de la que nos sentimos deudores. Como ciencias de apoyo para nuestras investigaciones disponemos de ignotos estudios, injustamente preteridos y, de hecho, hoy caídos en el olvido. Nos referimos a ciertos tratados frenológicos y fisiognómicos que ya en su día utilizaron los Baroja (Pío y Julio Caro, respectivamente), en sus novelas y trabajos folklóricos.

Un caveat previo es necesario. Hacemos notar puntillosamente que todas las descripciones que siguen se refieren exclusivamente al macho de primera generación de cada una de las especies consignadas. Pues la regla general es que las respectivas hembras abominen de las patológicas costumbres y querencias de sus parejas, y que las crías se desentiendan ya completamente de la etología y bagaje adquirido por los ancestros. Tal es así, que es bastante normal que buena parte del acervo patrimonial familiar revierta de nuevo en el Rastro en aras de la sostenibilidad del sistema. De este modo se cierra el ciclo vital, eterno retorno de lo idéntico…

Comenzamos.

[Continuará]



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