8
DE CÓMO JUAN NEGRO PERSIGUE A GROMO A LA SALIDA DE LA EDITORIAL POR LAS CALLES Y ENCUENTRA EN SU DEAMBULAR POR LA CIUDAD SEÑALES DE SU DEPRAVACIÓN.
Se metió entre dos contenedores a esperar escondido a que Gromo saliera de la editorial. Estaba convencido de que podría reconocerlo aunque eran muy escasas las imágenes que había visto de él. Confiaba, sobre todo, en que no se le escaparía por su aspecto de ogro. Había percibido que el enfado era consustancial a su personalidad como si esa persecución del placer sexual a través de los libros fuera una cosa muy seria, una cosa en la que se jugaba la vida. En aquel rato interminable que pasó respirando el olor putrefacto de todas las basuras del vecindario pudo reconocer los de pescados en descomposición que le hacían pensar en los fluidos sexuales de todos los episodios de pornografía que yacían en el almacén de la editorial Gromo y, también, en los de su lamentable trabajo en el peep show, pudriéndose como todas las cosas del mundo que, por muy deseables que fueran en un momento dado, se precipitaban a la descomposición general.
Veía pasar a muchachas en flor y fue comparando su inapetencia sexual a la tan agigantada que le suponía a Gromo y, por un instante, vio que el sexo no le interesaba en absoluto y se vio absurdo y desdichado al darse cuenta de que su objetivo de ser literato y publicar en la afamada editorial Gromo no respondía sino a un extraviado sueño adolescente del que apenas se acordaba. Un sueño que había surgido de unas expectativas desproporcionados sobre la vida que pronto se habían topado con la tristeza del mundo real y a las que se aferraba por inercia malgastando todas las energías de su juventud.
En eso salió el editor efectivamente malhumorado, con el ceño fruncido hasta que los pelos canosos de ambas cejas se juntaban y con unos pantalones anchos de tergal gris en cuya bragueta se podían apreciar perfectamente varios lamparones circulares ya secos. Se detuvo un segundo frente al portal e inspiró el aire de la tarde. Aunque hacía calor se abrochó los botones de una gruesa chaqueta de lana jaspeada hasta el cuello. Juan Negro salió de entre los contenedores de basura y el olor aquel putrefacto de los pescados se fue con él y le acompañó por algunas calles narcotizándolo y haciendo que los viandantes arrugaran el morro a su paso. Gromo iba sin rumbo fijo, paseando como un mirón absolutamente miope. Cada poco se paraba en seco se quitaba las gafas y limpiaba los gruesos vidrios con el faldón de la chaqueta de lana. El caso es que las lupas estaban totalmente rayadas y parecía un merluzo cegato. Con ese aspecto de invidente parcial se permitía ir toqueteando a todas las mujeres que caminaban a su lado. Incluso intentaba establecer conversaciones con algunas haciéndose el despistado y preguntándoles por calles que conocía perfectamente y acercaba su labios flojones de morcilla a hablar con ellas pretextando no ver bien a las personas a la distancia normal. A veces Juan Negro se acercaba demasiado disimulando para intentar oír lo que hablaba y lo único que consiguió fue escuchar las ventosidades que se tiraba aprovechando que pasara una moto, un automóvil o simplemente tosiendo, cuando eran sonoras, y en pleno silencio y a traición cuando apenas hacían ruido pero eran olorosas.
Finalmente le vio cómo se acercó a una frutería muy llena y cómo acercaba a veces su mano abierta sobre el culo de las compradoras y a veces cómo arrimaba el cimbrel con un gesto senil y reumático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.