El Rastro, primavera de 2015 |
La lluvia nos condujo al bar de la Mari. En unas mesa de formica malabia desplegó sus últimas publicaciones: Pizarnik, Postales Ultramarinas y la colección el dobladillo donde se estrenó Morti con seis microsuicidas. Fueron pasando de mano en mano y cuando fue a recogerlos habían desaparecido. Silencio. Solamente se oyó timidamente a Tinofc: "éste es el que me falta".
Después del café y superado por la presión, ("venga que acabas de cumplir 50 años”), Gromov pagó la ronda. Dejó al lado la limosnera y del bolsillo del chandal dominguero sacó un billete de cinco euros (la primera vez que le vemos con un billete en la mano).
En el tendido nos esperaba el poeta de la intemperie con el Cuaderno Cristina y sus boligrafías acuáticas (todo eran peces vagando entre constelaciones). El estepario le comentó, por si le interesaba, que en el delta había visto el libro de Las Hurdes y La Alberca (Everest). El polaco y el trapero los seguían cada vez más rezagados y cuando nos los vieron se dieron la vuelta quedando en la lejanía Gromov, el Amanuense y el poeta.
Salieron camino del desengaño como única certeza en la grisura del día. Allí, Vinilo Vitrubio, repasaba un cuaderno de caligrafía como si todavía estuviese sentado en el pupitre de la infancia. Tinofc con sus resabios de la vieja escuela empezó a revolver todo levantando el polvo del papel olvidado en el sótano. Los libros se abrazaban a él para que no cayesen en un charco, alguno se descolgó y el pájaro Ridruejo (ha vuelto al ruedo ibérico) con su garfio lo apañaba. Larsen recorría la segunda línea de flotación aprovechando sus artes de estibador.
Cuando llegaron los de la Alberca (sin encontrar el libro, aunque más tarde allí lo vimos) ya estaba todo floreado. Dos columnas salomónicas sobre el pretil del jardín esperaban el precio de la subasta de la lonja. Apareció GRACIlaso pisando los charcos con sus botas de regar y nos dijo: “sin mirarlos, 20 euros y que no se hable más”. Aceptamos más por las ventajas de una tasación rápida que por los beneficios. A cada uno nos regaló un rotulador y un lapicero.
El polaco con tres bolsas nos guiaba; en su transparencia indebida adivinábamos algunos títulos populares que han resistido la gloria de la calderilla.
Bombita (el penúltimo soltero de oro) venía anclado a un bastón de avellano con empuñadura de un vitorino zaíno. Ni el lumbago le quitaba la gusanera del Rastro. Con una queja despachó su viaje al mercadillo de Gromodolid: “Son más gitanos que aquí”.
El Estepario defendió sus pastos habituales –cuando le deja el cacique apandador- con argumentos peregrinos, reducidos al mercado de los libros sin tener en cuenta el campo hertziano donde flota los intereses del maletilla.
El Estepario defendió sus pastos habituales –cuando le deja el cacique apandador- con argumentos peregrinos, reducidos al mercado de los libros sin tener en cuenta el campo hertziano donde flota los intereses del maletilla.
Guardamos todo en el maletero y nos despedimos del poeta y del resto de colmadillos. “Antes eramos uno y ahora demasiados”, con este pecio ferlosiano se despidió Tinofc. De su libreta de anacoreta nos leyó el Amanuense unas palabras para no perder la ilusión del aprendiz. “Por muchos años que viva el hombre, que los disfrute todos, considerando que sus días de oscuridad serán más. Del libro del Eclesiastés”.
¡Amén!, exclamó el botillero.
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