El Rastro, primavera del 2013 |
En una primavera invernal llegamos al Rastro a la hora en la que el coche del rádar vuelve a casa y empiezan los controles de alcoholemia. El Carbonero nos contó que en la Robla habían pesado la mercancía de un compañero suyo y le habían multado por sobrepeso. "Todos los carboneros van pasados de peso", sentenció el Polaco.
En Reto gobernaba el caos debido a la falta de autoridad de los jóvenes ácratas que vaciaban la furgoneta. "A río revuelto ganancia de pescadores", lanzó el trapero Larsen sin karenino. Nos enseñó una portada de unas patas de pollo del doctor Patafísico mientras el Pescador revolvía entre las cajas de cedés buscando alguna que tuviese el disco de su amado F. Mercury; quiso llevarse algún anuario de saldo, pero los precios le quitaron la intención. En la esquina del cuadrilátero, el púgil Ocramalliv etiquetaba unos Anuarios (portada pop) escritos por Gimferrer, Montalbán y Marsé, antes de que la fama les alejase de la literatura de bolillos y encaje. En sus manos vimos la biografía de un boxeador famoso, la crónica de un derrumbe. ¡Segundos fuera! Llegó contento el Ilustrado con el hallazgo, en el delta del Danubio, de una portada que le faltaba de un tomo de la Historia del Socialismo que compró en el Arroyo.
En el Desguace, Roberto Alcázar y Pedrín compró un bolígrafo, objeto que ya nadie utiliza, y se quejaba de que en su buzón nunca encontraba postales ni cartas, solamente las propias del Banco. La Chamarilera le recordó que eso era porque tenía casa, piso, fincas y dinero. De ella el banco nunca se acordaba.
En La Destilería se suspendió la Ley seca y se arremolinaron al brillo del vinho verde el grupo de terapia de A. anónimos. Entre ellos vimos al Amanuense y al Pescador que tenían descuento por su pasado oscuro.
El licorero les ofrecía el godello de Valdeorras para la langosta del Órbigo, el Oporto de Pessoa para el solomillo de Torre del Bierzo, el Rioja reserva para el lechal de Mansilla. Se llevaron unas cajas de la ginebra Fockink (de pronunciación obscena y de olor balsámico, picante y con un sabor a regaliz, cardamomo y enebro) como para montar un economato.
Nos fuimos, dejando atrás todo el barullo etílico bajo el volcán del Rastro.
Nos acercamos al maletero de Tinofc donde nos enseñó unos tomos sobre animales salvajes. El ubícuo Amanuense disfrutaba con las ilustraciones a plumilla de los leones, jirafas, ñu, gacelas... Por un momento regresó a la sabana del páramo y a su juventud, donde fue aprendiz de taxidermista en su pueblo.
De camino al furgodesván, el doctor Mabuse Arenas nos saludó con el estetoscopio. Al Editor de Labici le pudo la nostalgia y nos confesó que en treinta años de andanzas en el Rastro, sólo había faltado dos veces : el día de su boda y el de la luna de miel. Sólo cogía vacaciones de lunes a sábado. Los bibliómanos, una especie en peligro de extinción con el libro digital.
El Psicoterapeuta, gran léctor de Calderón de la Barca, nos demostró que la vida no sólo es sueño sino que también, carretera y manta. Cuántos días a lo largo de los años gastados en el coche, en la cama, en el Rastro...
El Ultraísta nos tenía reservados unos lotes de clásicos de Castalia y de Filosofía de Ariel. Empezó su dialéctica literaria contra la barbarie citando a Sontag y a H. Arentd. Nos abrumó. "No hay peor cosa que un librero entendido", disparó el Polaco Ocramalliv. Larsen con las Memorias de J. Marías y La historia de la filosofía griega escapó tras los cuatro elementos Presocráticos.
En el Campanario de Boris dieron las once y el crápula de Tinofc se despidió con el veredicto: "Ya no hay puticlubs como los de antes".
Acabamos la mañana como la empezamos, pensando que la tarde estaba para embibliotecarse
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