Las tres cumbres de la Edad de Oro de la literatura rusa se
miraban entre ellas de refilón para decidir cuál era más alta.
Dostoievski – Turguéniev
Dostoievski siempre envidió de Turgueniev y Tolstói no su
nobleza en sí, sino las óptimas condiciones de vida que ésta les ofrecía para
desempeñar con éxito su labor literaria. Él, en cambio, siempre estuvo a la
cuarta pregunta, escribiendo a matacaballo y huyendo por media Europa para
enjugar sus deudas de juego (que, por cierto, alguna vez pagó con dinero
prestado por Turguéniev). Y su devolución consistió en la cruel sátira que hizo
del autor de los Relatos de un Cazador en el personaje del novelista Karamazinov de Los
Demonios, un gigantón rubio de voz chillona que es blanco de las chanzas del
díscolo “príncipe Harry” Stavroguin. El generoso Turguéniev se lo perdonó todo y
le cedió el puesto de honor en los fastos del encumbramiento de Pushkin con
motivo de la erección de su célebre estatua, y así acabaron sellando viejas
rencillas con un cálido abrazo. Pero aquí hay vitriolo para todos: a su vez, el
crítico Strájov, amigo en vida de Dostoievski, achacó a éste, ya difunto,
apenas un año después de esta reconciliación, todas las taras morales de los
enfermizos personajes de sus obras.
Turgueniev – Tolstói
No recuerdo el motivo (el desencadenante está en la biografía
de Tolstói por Troyat, seguramente alguna rencilla partidista de occidentalistas y eslavófilos), pero éstos dos no llegaron a un duelo a fusil por muy
poco. De haberse celebrado con
derramamiento de sangre, dice Ronald Hingley, no hubiéramos conocido obras como
Anna Karénina y Resurrección o Padres e Hijos
y Primer Amor. Se deshizo el agravio (si es que lo hubo) casi póstumamente, de mano de Turguéniev, quien sabedor de su
inminente muerte (creo recordar que de cáncer mesentérico, como la Eça de
Queiroz) se dirigió por carta desde el extranjero al patriarca de Yasnaia
Poliana apostrofándole de “gran escritor de la tierra rusa” y pidiéndole que no
abandonase la literatura por los sermones. Al gran santón no le gustó nada la
admonición.
Tolstói – Dostoievski
No se llegaron a conocer personalmente en vida (cuando
invitaron a Tolstói al citado homenaje a Pushkin, declinó la oferta al saber
que acudiría Dostoievski, y así se perdió la oportunidad del encuentro). Aunque
sí coincidieron en alguna ocasión sus sufridas esposas, que hicieron buenas
migas y se asesoraron mutuamente sobre aspectos pecuniarios relativos a las
obras de sus despreocupados (en temas editoriales) maridos.
Ambos fueron militares (más bien coyunturales) y alguien
apuntó lo bien que le quedaba el uniforme al conde y lo mal que le sentaba al
exconvicto de Siberia (que fue renganchado a la fuerza de soldado raso para
conmutar parte de su pena, pues ya antes de la condena había llegado a ser suboficial
de ingenieros). A resultas de sus experiencias, Dostoievski siempre trató a
baquetazos a los militares en sus obras (suelen ser borrachuzos y procaces)
mientras que Tolstói, pese a ser consciente de la inutilidad del estamento,
supo dotarlo de un cierto halo de romanticismo incluso en su etapa más antibelicista
(un hijo o yerno suyo que combatió en la guerra ruso-japonesa cuenta lo
orgulloso que se sintió al verlo de uniforme, pese a su negación a ultranza de todo
tipo de violencia).
Su estilo no puede ser más distinto y hay quien dice que no
se puede estar con ambos a la vez (y no estar loco), que hay que ser de uno o
de otro. Pero al morir en la estación de Astápovo, Tolstói llevaba en su
mochila de prófugo un ejemplar de Los
Hermanos Karamazov.
[Piero della Biondetta]
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