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Fauna y flora 2
La belleza inútil
Hoy escribo con tristeza. Y con rabia también. Hace meses, intento donar —sí, regalar— la extensa biblioteca de arte y los fondos documentales de mi amigo Luis Badosa, pintor y figura vinculada a la facultad de Bellas artes de la UPV-EHU y al arte en el País Vasco durante décadas. Son miles de libros, catálogos, publicaciones y documentos de valor incalculable para quien aún crea que la historia del arte no empieza ni acaba en el trending topic de cada semana.
Nadie los quiere.
Ni la universidad. Ni un museo. Ni un archivo municipal. Tampoco ningún centro cultural con espacio para exposiciones pero no para legados. He escrito a muchos, a demasiados, algunos ni siquiera han contestado. Me he cansado de lanzar señales al vacío esperando que alguien, algún día, diga algo más que “gracias, pero no”.
Y mientras tanto, lo veo a diario: compañeros artistas, profesores jubilados, autores sin herederos o con herederos sin tiempo —ni ganas— de encargarse del peso material y simbólico de una vida entera dedicada a la creación. Talleres que se vacían, grabados que acaban en contenedores, óleos que nadie cuelga, papeles que se humedecen y mueren sin hacer ruido.
He oído a una hija de artista decir que va a quemar los cuadros de su padre, no por crueldad, sino por necesidad. Por impotencia. Porque no puede seguir pagando el almacén. Porque nadie los quiere. Porque todo es esfuerzo y nada es eco.
Y no hablo de casos aislados. Hablo de un fenómeno generalizado: la muerte lenta de nuestra memoria artística más cercana. A veces ocurre con figuras olvidadas, pero a menudo, con nombres conocidos, con autores que colgaron en salas públicas, que publicaron en editoriales, que debatieron en foros, que dieron clases, que formaron a generaciones enteras.
¿Dónde están ahora las instituciones? ¿Dónde la responsabilidad con el patrimonio? ¿Dónde la memoria?
Pienso también en Néstor y su Casa-Museo en Canarias, cerrada y arruinada. En la Fundación Camilo José Cela, saqueada y silenciada. En la Fundación Antonio Saura, rota por disputas familiares. En la de José Guerrero, arrastrada por el mismo viento de abandono y desde hace poco, recuperada. No hace falta ser profeta para imaginar el destino de tantos otros.
El futuro es este: todo lo que no se valore hoy, será destruido mañana.
Lo escribo con amargura. Pero también con urgencia. Porque no basta con llorar después de la demolición, ni con colgar una retrospectiva póstuma cuando ya no queda nada. Lo que se necesita es acción ahora: espacio, voluntad, gestión. Y, sobre todo, respeto por lo que el arte ha sido fuera del mercado: un acto de sentido, de resistencia, de belleza inútil que nos hace más humanos.
Yo no pido homenajes. Pido que no se tire al cubo de la basura lo que otros construyeron con décadas de trabajo.
Es lo mínimo. Y aún así, parece demasiado.
Parte de la biblioteca de Albert Ràfols-Casamada y Maria Girona en Els Encants de Barcelona. Victoria Combalía me ha contado que hizo todo lo que pudo por salvarla y no hubo manera ©Foto: Rosa Olivares
>David García /Facebook
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