13 de mayo de 2025

El rincón de lectura



 El Cuervo 

EXHUMADOS

 


Papeles que aparecen en los libros que se van rescatando aquí y allá.

Morti


Callejero


 Brañuelas


Biblioteca Pública

 


Bestsellers populares

Julio Martínez Mesanza




 

Solapados


 

Miguel Villalonga (Gabriel)

 





El ciclo de la piedra



Gabriel Aresti


Fetichismo


“Las copas de los sujetadores se identifican con las letras A-B-C-D-DD. La A es la talla más pequeña, y la DD es la más grande”.

Aclaración de Marisa, hija de Carmina


11 de mayo de 2025

Las malas lenguas


«Antes pierde una madre a un hijo que la helada al granizo».


Oído en el bar El Tunel mientras fuera granizaba


Cámara / Ana 


Fauna y flora 2



Bombita presumía de ser nieto del maletilla de Torre del Bierzo que intentó abrirse camino en el mundo del toreo en tientas, capeas y becerradas. No madrugaba mucho y desayunaba antes de salir de casa, así rompía la primera norma no escrita del baratillo: siempre hay que ir en ayunas. En el Rastro se movía, por querencia, en el arrabal que crecía en la orilla de la plaza de toros. En los puestos donde se agolpa la gente esperando encontrar algo que no busca, allí le podrías encontrar.

Debido a su amistad con Marconi empezó a coleccionar radios y a estudiar las frecuencias electromagnéticas. Presumía de saberse de memoria la enciclopedia de Cossío que le regaló su padrino cuando se casó a la vuelta de Venezuela. Su biblioteca estaba dividida en tres estantes: tauromaquía,  señuelos de pesca y recetarios de cocina erótica.

Todavía hoy utiliza la suerte de la tijera en los lances de libros. Han pasado bastantes años desde la última vez que le vi y todavía conserva la valentía del banderillero y la prudencia del picador. Cuenta los días que le quedan para jubilarse, escuchando la misteriosa emisora rusa UVB-76.

VKarbajc





  Bombita, Marconi y su bicicleta

Días de Rastro


La Bañeza, 2025
Oferta: 1x 3 euros, 2 x 5, y 4 x 8 
el trapero



La belleza inútil

 

Hoy escribo con tristeza. Y con rabia también. Hace meses, intento donar —sí, regalar— la extensa biblioteca de arte y los fondos documentales de mi amigo Luis Badosa, pintor y figura vinculada a la facultad de Bellas artes de la UPV-EHU y al arte en el País Vasco durante décadas. Son miles de libros, catálogos, publicaciones y documentos de valor incalculable para quien aún crea que la historia del arte no empieza ni acaba en el trending topic de cada semana.

Nadie los quiere.

Ni la universidad. Ni un museo. Ni un archivo municipal. Tampoco ningún centro cultural con espacio para exposiciones pero no para legados. He escrito a muchos, a demasiados, algunos ni siquiera han contestado. Me he cansado de lanzar señales al vacío esperando que alguien, algún día, diga algo más que “gracias, pero no”.

Y mientras tanto, lo veo a diario: compañeros artistas, profesores jubilados, autores sin herederos o con herederos sin tiempo —ni ganas— de encargarse del peso material y simbólico de una vida entera dedicada a la creación. Talleres que se vacían, grabados que acaban en contenedores, óleos que nadie cuelga, papeles que se humedecen y mueren sin hacer ruido.

He oído a una hija de artista decir que va a quemar los cuadros de su padre, no por crueldad, sino por necesidad. Por impotencia. Porque no puede seguir pagando el almacén. Porque nadie los quiere. Porque todo es esfuerzo y nada es eco.

Y no hablo de casos aislados. Hablo de un fenómeno generalizado: la muerte lenta de nuestra memoria artística más cercana. A veces ocurre con figuras olvidadas, pero a menudo, con nombres conocidos, con autores que colgaron en salas públicas, que publicaron en editoriales, que debatieron en foros, que dieron clases, que formaron a generaciones enteras.

¿Dónde están ahora las instituciones? ¿Dónde la responsabilidad con el patrimonio? ¿Dónde la memoria?

Pienso también en Néstor y su Casa-Museo en Canarias, cerrada y arruinada. En la Fundación Camilo José Cela, saqueada y silenciada. En la Fundación Antonio Saura, rota por disputas familiares. En la de José Guerrero, arrastrada por el mismo viento de abandono y desde hace poco, recuperada. No hace falta ser profeta para imaginar el destino de tantos otros.

El futuro es este: todo lo que no se valore hoy, será destruido mañana.

Lo escribo con amargura. Pero también con urgencia. Porque no basta con llorar después de la demolición, ni con colgar una retrospectiva póstuma cuando ya no queda nada. Lo que se necesita es acción ahora: espacio, voluntad, gestión. Y, sobre todo, respeto por lo que el arte ha sido fuera del mercado: un acto de sentido, de resistencia, de belleza inútil que nos hace más humanos.

Yo no pido homenajes. Pido que no se tire al cubo de la basura lo que otros construyeron con décadas de trabajo.

Es lo mínimo. Y aún así, parece demasiado.

           

Parte de la biblioteca de Albert Ràfols-Casamada y Maria Girona en Els Encants de Barcelona. Victoria Combalía me ha contado que hizo todo lo que pudo por salvarla y no hubo manera ©Foto: Rosa Olivares

>David García /Facebook


9 de mayo de 2025

Nostalgias



Qué tiempos aquellos cuando brindábamos para que la incertidumbre nos fuera favorable.


Las bibliotecas salvajes (Primera temporada)


 Todos los sábados (si el tiempo lo permite).

Ferroviaria


 Malauva

Descenso a la provincia



 

La buena letra


 

Avisos

 


 

Libros

  


«Uno empieza comprando libros, tomándolos y termina leyéndolos, pero en mi caso ya es una obsesión. Compro libros y ni siquiera los leo: los acaricio. Tengo muchos libros que no he leído y sé que no voy a leerlos jamás, pero los compro y me gusta tenerlos cerca».

 Roberto Bolaño


Feriantes


 

Bendito bar


 

Expo


 

Inéditos