A mi lado
¡Si al menos supiera su nombre! Es una diosa nubia. Grácil como una gacela. Anda sobre algodones, qué digo, baila sobre nubes. Casi etérea, se mueve como las libélulas, ¡qué delicadeza! Las piernas esculpidas en madera de ébano, las manos finas de largos dedos que terminan en porcelana roja. Se acomoda, se suelta el pelo y soñolienta se acuesta a mi lado. Será una larga noche desvelado.
Los pechos tersos, prietos, se adivinan de tacto de seda; cadenciosos por las olas del sueño. Entreabiertos, rojísimos, carnales labios tentadores; pómulos cincelados, antesala de ojos rasgados, negros, negrísimos, cercados por pestañas casi irreales.
Acostada a mi lado me llega su aroma a sándalo y canela. Cae al suelo la manta encubridora, la recojo rozando sus pies desnudos y con infinito tiento la cubro hasta los hombros. Se despierta y, agradecidos, me sonríen sus ojos y sus labios. Justo a tiempo se da la vuelta para no verme aturdido y turbado. Contemplo ahora, perfiladas en la penumbra, sus caderas, su cintura, su espalda y su pelo de potranca caído sobre un hombro para dejar ver un cuello de obsidiana.
Fantaseo adormilado con la diosa de ébano que al moverse me regala sándalo y canela. Intruso me introduzco en su sueño y juntos, sin hablar pero diciéndonos todo, caminamos por la selva hasta llegar a una laguna de aguas esmeralda que lamen nuestros pies. Nadamos hasta la orilla opuesta y cansados nos tumbamos sobre la pálida arena. Se rozan nuestros pies desnudos, rebozados de arenas calientes y acariciados por las olas que van y vienen.
Amanece. Se filtran por la ventana ovalada, entre nubes blancas y plateadas, las primeras luces del alba que resaltan su rostro ámbar. El pelo de charol, suelto, revuelto, enmarañado, enmarca ahora un rostro entre cándido y sensual que se rompe con medio bostezo apagado por delicados dedos. Una sonrisa y un melodioso bonjour, que se me antoja musical pero de despedida, me saludan.
Como a lo lejos, se oye el inconfundible bullicio proveniente de la clase turista al acercarse el avión al aeropuerto. Llega una azafata y ofreciéndonos unas toallitas húmedas, nos dice que estamos a punto de aterrizar en el Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín, que pongamos los asientos-cama en posición vertical, que nos abrochemos el cinturón de seguridad, que muchas gracias por elegir volar en su aerolínea y que estaría encantada de vernos en un próximo viaje. Y dirigiéndose en francés a la diosa nubia, que el tiempo de espera para su siguiente vuelo sería de aproximadamente dos horas que podría pasar en la sala VIP. ¡Si al menos supiera su nombre!
Cuando se va deja olvidado en el pliegue del asiento un librito. Lo cojo y el primer impulso es llamarla para advertirle del descuido pero cambio de opinión al percibir el aroma a sándalo y canela. Con letra menuda se lee en la portada El avión de la Bella Durmiente, Gabriel García Márquez.
[El Amanuense]