15 de febrero de 2017

Erzra Pound


Ezra Pound en Venecia (1963). Foto de Walter Mori



Nacido en 1885, era un chico de Idaho. Fue maestro de escuela. Le echaron por ser «demasiado del estilo del Barrio Latino». Pronto buscó solaz entre almas gemelas en el extranjero. A los veintitrés años, mientras pasaba hambre en Venecia, donde sólo comía patatas, publicó A Lume Spento, su primer poemario, que fue el inicio de una intensa amistad con Yeats, que escribió de él: «Tiene una naturaleza áspera y testaruda, y siempre está hiriendo los sentimientos de las personas, pero creo que tiene genio y una gran buena voluntad». ¡Decir que tenía buena voluntad es poco!: entre 1909 y 1920 en Londres, donde vivió primero, y luego en París, promovió continuamente las carreras de los demás (fue a Pound a quien Eliot dedicó The Wasteland; fue Pound quien reunió el dinero que permitió a Joyce completar el Ulysses). Su generosidad en ese sentido es tan grande que incluso Hemingway, que no siempre está dispuesto a celebrar la bondad de los demás, lo reconoció: «Así que, hasta ahora», escribió en 1925, «resulta que Pound, el gran poeta, dedica, digamos, una quinta parte de su tiempo a su poesía. Emplea el resto en tratar de mejorar la suerte, tanto material como artística, de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos de hospital y los disuade de suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad».
No obstante, se las arregló para publicar opúsculos de un modo regular, para lanzar sus sonoros Cantos («la epopeya de las andanzas de una mente literaria», como los definió Marianne Moore dando muestras de su acostumbrada exactitud) y para intentar, con seriedad, aunque infructuosamente, experimentar con la escultura y la pintura. Pero fue el estudio de la economía lo que llegó a acaparar todo su interés («La historia que omite la economía es palabrería inútil»). Fue adquiriendo ideas muy extrañas acerca de este tema, y fueron algunas de ellas las que provocaron su ruina: en 1939, cuando ya llevaba mucho tiempo siendo italianófilo y admirador de Mussolini, empezó a transmitir por radio Roma una serie de discursos de corte fascista que culminaron en su acusación y procesamiento como traidor a los Estados Unidos. Las unidades del ejército norteamericano que invadía Italia le apresaron en 1945. Durante varias semanas, como si hubiera sido una bestia sarnosa y rabiosa digna de un zoológico, le tuvieron encerrado en una jaula al aire libre en Pisa. Unos meses después, en la víspera de su juicio por traición, fue declarado loco, cosa que puede ocurrirle a cualquier poeta en su sano juicio artístico. Y por ello pasó los siguientes doce años encerrado en el Hospital St. Elizabeth, en Washington. Durante su encierro publicó The Pisan Cantos y ganó el premio Bollingen, recompensa severamente criticada en los ambientes reaccionarios.
Sin embargo, un lluvioso día de abril de 1958, Pound, ya un viejo de setenta y dos años, con su otrora centelleante barba de color ceniza y su rostro de santo y sátiro marcado por arrugas que narraban una historia de pesadumbres, se puso de pie en Washington frente a un juez, un tal Bolitha J. Laws, y oyó que se le declaraba «loco incurable». Incurable, pero lo suficientemente «inofensivo» para quedar en libertad. Y entonces Pound anunció: «Cualquier hombre que soporte vivir en Estados Unidos está loco», y se preparó para irse a Italia.
Unos días antes de partir le hicieron fotografías. Mantenía cerrados los ojos arrogantes y burlones mientras cantaba trozos de canciones sin sentido y se paseaba como si todavía estuviera encerrado en su jaula pisana; o, más bien, en una jaula que había llegado a ser la propia vida.
 Retratos (2004). Truman Capote.

[el trapero]

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