4 de febrero de 2019

José Gutiérrez-Solana


Vivaz, certero e inesperado es este libro de Ramón Gómez de la Serna sobre José Gutiérrez-Solana. En él nos cuenta, con su estilo enjundioso, contrastado, andanzas, dichos y obras de este pintor español que viviendo en plena época de auge vanguardista se mantuvo siempre al margen de los movimientos modernos —en un aislamiento aparente— y ejecutó cuadros de un realismo huraño e inusitado donde el hombre y la máscara, la vida y la muerte, lo fantástico y lo obvio, lo vulgar y lo insólito conviven y cumplen destinos intercambiables. Son cuadros de pesadilla, espectrales a fuerza de realidad insistida, machacada; son vida descarnada que el artista —"testigo”, "comprobador” de una época (dice Gómez de la Serna)— alcanza en su meollo y descuaja de lo cotidiano pasajero para transplantarla, intacta, sin comedimiento, al instante inmóvil de la tela. Aquí, las formas violentas, desencajadas, barrocas son devueltas a la tierra por el contrapeso del color sombrío, denso, áspero, barroso.
Porque hay dos tipos de pintores. El caminante, husmeador de pueblos y vidas, atisbador de puertas entrecerradas, que sabe del polvo de los caminos, del cansancio, el inesperado cobijo de la taberna y el denso vaso de vino. El otro, el pescador de imágenes recogidas en las ubicuas redes de su imaginación, constructor de abstractas geometrías en el recinto hermético del cuadro. Ambos son videntes. Uno se enfrenta a la realidad y de un manotón la domeña, la obliga a entregarle su arcano. El segundo parece eludirla para sorprenderla luego y obligarla a someterse a una orden concertada.
A la primera categoría pertenece Solana. Es de la estirpe de esos realistas exasperados hasta la superrealidad: Ribera, Valdés Leal, Goya; pintores de la España trágica, de su risa macabra, de su misticismo implacable, de su sensualismo oculto que salta de pronto y se muestra despreocupado, violento o tierno como los grises que aletean en los lienzos de Goya; danza eufórica de cuerpo sano en medio de las luces mortecinas de los cirios que chorrean sus lentas lágrimas de sebo.
Ramón Gómez de la Serna, inicial evangelista de este extraño provocador de realidades, su amigo y contertulio en las reuniones del Café de Pombo, supo atizar la confidencia abrupta del artista y cosechó frases lacónicas que de un brochazo nos dan la estampa del artista. Por eso, quien lea este libro verá surgir de cuerpo entero la figura del que dijo: "Si uno no fuera pintor, uno sería famoso criminal".

[El Replicante D]

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