Antes de ir a votar, Mariló y Alberto decidieron, como era su costumbre desde hacía treinta años, dar un paseo por el barrio a media mañana, tomar un segundo café en el bar de siempre, y a continuación acercarse al colegio electoral, situado en el instituto donde su hija Martina había estudiado la secundaria y el bachillerato.
Amaneció un domingo radiante de primavera. El sol prometía una atmósfera más cálida de lo usual para esas fechas. Se levantaron dos horas más tarde de lo que solían en horario laboral y desayunaron tostadas con mermelada y café expreso de cápsulas. Mariló se puso unos vaqueros y una blusa de manga larga con volantes, en la mano llevaría una chaquetita de lana, por si acaso la temperatura fuera más fría que la mostrada en el widget meteorológico del móvil. Fernando en cambio eligió su ropa deportiva más juvenil. Ya dispuestos, salieron de casa sobre las once.
Tras recorrer varias calles, terminaron frente al bar-cafetería My coffee, en cuya terraza tomaron asiento. Allí degustaron sendos cafés con leche acompañados de sus correspondientes trozos de bizcocho casero, a la vez que compartían la lectura del mismo periódico que acostumbraban a leer todos los días de la semana desde hacía muchas décadas.
─Déjate de recuerdos, tómate ese último sorbo y vámonos, que se nos hace tarde y luego tenemos que hacer cola. Dentro de media hora se pondrá hasta arriba de gente y no me gustaría esperar.
─¿Sabes...? ¡Pobre diablo, el cocinero, toda la vida preparando las mismas pizzas y las mismas croquetas al teléfono durante ocho horas diarias. Para volverse loco de aburrimiento!
Su esposa lo miró de reojo con displicente ternura, dispensándole una sonrisa sardónica.
─¡Eres un niño!
Alberto se detuvo de inmediato y se volvió hacia la puerta, como si de pronto hubiera caído en la cuenta de que había olvidado algo tras de sí. Hizo un leve gesto de echar a caminar de nuevo hacia el interior, pero Mariló lo tomó por el brazo y lo atrajo hacia sí de manera enérgica para impedírselo. El tirón lo sacó del repentino estado reflexivo al cual ella lo había inducido, no sabía si consciente o inconscientemente. Pensó en preguntarle a su esposa qué papeletas había depositado en la urna y si realmente le gustaban las croquetas al teléfono, pero no quiso arriesgarse a saber la verdad.
José Miguel López-Astilleros
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