15 de abril de 2017

El librero de cabecera

A leo, Librero de Galatea, que nos recomienda los libros que el polaco compra.
¡Felicidades por esos 20 años con el plumero en la mano! 

Una cosa es vender libros y otra ser librero. Para ejercer este oficio hace falta ser un buen lector, tener amplitud de miras y un profundo conocimiento del alma humana. Los editores saben la importancia del librero profesional y desde hace algún tiempo, cuando hacen un lanzamiento, suelen reunir a un puñado de ellos con el autor, para que les comente su obra. Sin la complicidad del librero es difícil que un libro triunfe, con su connivencia resulta más fácil. Todo lector que se precie se deja aconsejar, por más que devore los suplementos de libros de los diarios o las revistas culturales. No tener un librero de cabecera supone correr el riesgo de administrarse un producto tóxico o simplemente prescindible. El buen librero no es un crítico sagaz, ni un profesor de literatura. Es aquel profesional con una sólida base cultural y suficiente don de gentes que sabe escuchar antes de dar un consejo.
De tanto andar entre libros, se han convertido en personajes literarios: como Gustavo Barceló, experto en libros raros, de La sombra del viento (Carlos Ruiz Zafón); Harry Brightman, de Brooklyn Follies (Paul Auster), que almacenaba olvidados éxitos de librería, o Sultan Kahn, de El librero de Kabul (Asne Seierstad), que veía como iba cambiando su vida por las distintas invasiones del país, o Karin, de No me olvido (Mr. Griffin), que coleccionaba cartas de escritores de Provincia. Incluso el cine los ha reivindicado. Es el caso de Woody Allen, Tom Hanks o Hugh Grant, que interpretaron a libreros en filmes tan conocidos como Aprendiz de gigoló, Tienes un e-mail o Notting Hill.
Markus Dohle, consejero delegado de Penguin Random House, estuvo este Sant Jordi en Barcelona y mostró su preocupación porque hoy el 50% de sus libros se compran a través de internet. Los libros hay que hojearlos, tocarlos, fisgonear en sus páginas antes de adquirirlos, escuchando el sabio consejo de los libreros. “Vendedores de almas”, llamó a los libreros el escritor italiano Romano Montroni. Y las almas no circulan por la red. De momento.
Márius Carol. (La Vanguardia)

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