Segunda suspensión onírica de la trama narrativa
No quiero que las termitas horaden los deseos de mis alucinaciones, que penetren en los entresijos de mis apetitos necrófagos. Dejad que las reinas de mis tanatorios imaginados permanezcan ensimismadas en su propia belleza, la de los silencios que cantan hermosas canciones, aherrojados al mástil de una nave que surca el erebo, mientras los gorjeos inmundos del otro lado de las postrimerías garabatean en el éter muecas de huesos roídos. No quiero que las lunas afiladas de mis vírgenes escapen a mis ensueños tóxicos. Dejad, termitas de carne humana, que la combustión de los cuerpos ajenos se afanen en sus gemidos, y sus voces no me toquen, y el tacto de sus lenguas amantes no mancillen el celibato de mis caídas en el desorden de las vísceras calientes, de los músculos prestos a una respuesta desmesurada, del corazón torpedeado con precisión y saña por la sangre sin retorno. Dejadme con el perfume de los lotófagos a solas, para que los marineros que surcan los océanos de vuestros sexos en tensión desenfrenada, no arriben a mis costas. Os lo suplico, criaturas soñadas que pacéis en mis reposos, y que sin ser yo, sois mías, no dejéis vuestra melancolía varada en mis diurnos paseos sin propósito.
Texto perteneciente a una novela desconocida, inconclusa y anónima, encontrada por Mateus Porto Luz en un contenedor de papel de su vecindario lisboeta.
Nota manuscrita del mismo Mateus Porto Luz, lector de hallazgos clandestinos y arúspice de pájaros muertos, descubierta entre las últimas páginas en blanco: «Al parecer su autor o autora se obstinaba en escribir para los desolladores de libros apostados al alba en los albañales del rastro dominical, donde mañana canjearé esta novela por un pequeño secreter de chopo desvencijado que vi hace unos días.»
[Morti]