24 de junio de 2019

Crónica Ultramarina

                                
                  L A  G A L E R N A  6                                                       

                                                                                                                         Foto / M. Ramone


Impulsados por la inercia de la primavera que pisaba los pies del cercano verano fuéronse los ultramarinos a la ribera del río Torío y emplazáronse muy simbólicamente en una aldea llamada San Feliz; no en vano, pues su cometido secreto era homenajear a uno de los suyos: rastrero, ultramarino, salvador de libros muertos, rescatador que pone el oído a las cosas bellas y sujeta entre sus manos, los momentos que puede, las que desaparecen y es, sobre todo, poeta, acaso el poeta que mejor contradice el tópico romántico ese del poeta que sufre expandiendo su luz, su feliz luz. 

Pues allá nos fuimos a juntar en el patio de geranios que resultaron petunias y que demostró que las fotos de nuestro querido Larsen no son del todo buenas pues el patio fue más hermoso en vivo que en las fotos esas. Delante del encalado pozo, y con todos sentados en corro, se inició la presentación de La Galerna en su números 6, íntegramente dedicada al último premio de las letras de la comunidad autónoma nuestra, que es más grande que muchos países y hasta que Portugal entero. Ya en varias ocasiones hablamos de escribirle una revista plena, saltándonos la norma de que La Galerna sólo levanta polvaredas de cosas hace más de cincuenta años muertas; pero el poeta, con su humildad manifiesta, se echaba las manos a la cabeza y decía que de ninguna manera.

Toda la edición ha estado llena de fotografías en las que aparece él con nosotros en las presentaciones ultramarinas y lleva por frontispicio el poema que nos parece que mejor le define versando de las aves más humildes, los pajarillos pardales, que, siendo tan poca cosa, vuelan y celebran la plenitud del mundo.

Luego empezamos con las contribuciones literarias, la primera del ultramarino ausente, que siempre está pero que nunca viene y que la única vez que intentó presentarse se fue a la calle Cantarranas en vez de a la de Cantareros. Su texto lo dedica a explicar que Puerto escribe como un acto de amor. Después se comentó la entrevista que le presenta trabajando en el telar del tiempo, seguida de un análisis de su prosa de creación y un diálogo con Hölderlin, que también pensaba que es poéticamente como habitamos los hombres la tierra. Posteriormente se citó un trabajo sobre su etnografía y un sainetillo de la marca de Gromov que se escenificó en pocos minutos con los personajes reales hablando de Puerto en el Rastro. Otro texto pintó su retrato y hasta uno describió cómo se le lee en portugués traducido y, en un último escrito, un relato imagina un sueño suyo dormido en los pupitres del archivo municipal en el que cada mañana investiga.
Para finalizar se señaló que en la lista de suscriptores de honor empezarían a aparecer los de oro, marcándolos en negrita y que el único y primero a día de hoy sería Puerto, quien contestó, agradecido, que no creía en el oro. Finalmente se le entregó el diploma en el que firmamos todos y leyó conmovido el poema de colofón titulado ‘Pájaro de la aurora’. 

Entonces ya los pardales todos de la ribera del Torío se dieron cuenta de lo que estaba pasando y, aunque siempre van por su lado, se agruparon todos encima del patio y saludaron con sus cantos al poeta bueno que les hizo a ellos el poema más bello.


                                    Foto / M. Ramone




[El cuervo]


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