23 de enero de 2016

MALQUERIDO DIARIO




MALQUERIDO DIARIO



Este escritor debería saber que es grave error coger la mala crítica, dicha en el viento o en el espeso aire, y pasarla a tinta escrita pensando así en rebatirla. Lo que se logra, qué duda cabe, es amplificarla. Tal vez lo hace por jugar a ser ese otro que a nosotros nos place tanto, ese diarista que en perderse se hace. De todas formas pensamos que no es por hacer carrera literaria por lo que se mueve usted sino por una pasión, pero que esta pasión está descompensada. No ha de ver en nuestro consejo ataque y no, señor mío, no se escribe como se quiere sino como se es. La cita no es nada si no convence sea de Piglia o de Perico los Palotes, cambie Piglia por Perico los Palotes y verá que lo que dice es una simpleza. Nosotros no nos plegamos a los cánones porque estamos en el estercolero del tiempo donde todos los Piglias del mundo se tumefactan.

De su ingenuidad adorable y su bonhomía literaria no nos cabe duda, no tendría cuenta entretenimiento tan grande en ser pedante. Algo de su retrato dio el que tanto nos place en alguno de los salones de los pasos perdidos en página ilocalizable. Nosotros de los libros lo sabemos todo.
Quizá sea esta apreciación de estos lectores salvajes más buena y más sana que las alabanzas todas y seamos, fíjese usted, los ultramarinos más hermanos suyos en el leer que los otros en el callar.
Pero de la cosa que más nos dolemos los ultramarinos de las que usted ha dicho de nosotros es de que nos llame casi secretos o pocos secretos, cómo si en el fondo desease que fuésemos secretos del todo o, incluso, que desapareciésemos y, por supuesto,  que no sacásemos el hocico para poner un poco de pero a sus letras. Como si en nuestro apartamiento se nos pudiera exigir el todo del nada de los otros.



[Los Ultramarinos]

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