23 de diciembre de 2017

Galaterarias


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Nadie fue capaz de eclipsar a la Queen Elisabeth II en la fiesta del 20 aniversario de la librería Galatea. Nunca había visto tanta gente en un espacio tan pequeño. El librero Leo servía el cóctel británico en copas de chinatow mientras la becaria Karin repartía unas banderitas del imperio. De vez en cuando salían los más achispados para hacerse un selfie con la Reina de sonrisa acartonada, sombrero de Stella McCartney y bolso de Zara.

Debido a mi cuadro clínico de ansiedad me quedé en la puerta de enfrente para ver el guirigay galateo. La mayoría de la gente que desfiló por el nº 1 de Sierra Pambley a lo largo de la mañana y de la tarde apenas me sonaban, lo cual no quiere decir nada, porque hace más de un año que no piso la librería bilingüe.

Paso a relatar la lista de invitados que se retrataron junto a la Reina en el 20 Anniversary of Galatea:

Leo, el librero, con su plumero y el bote de KH-7, abrillantaba a su majestad antes de empezar el posado o el robado de los clientes.

La becaria Karin se hizo la foto familiar con su pareja y su hija que desde el carro gritaba que por qué no se hacían la foto con Pepa Pig. Todos repetían a la vez “se lo podemos pedir, se lo podemos pedir" como un mantra para salir mejor en la foto.

M, el caballero oscuro, le colgó su bolso negro a la Reina que apenas pudo disimular, con su estudiada discreción, su falta de equilibrio.

El editor Mc Griffin guardó la distancia protocolaria –el único- y con su iphone se hizo un selfie con un emparedado de pepinos.

El letrado J, con la alegría del flâneur, lanzó una bolsa de Tiger con confeti y alzando la botella de Pimm´s brindó por otros veinte años de decadencia

El maqui S no quiso hacerse ningún retrato ante semejante personaje caduco (según su palabras) y escapó rumbo al archivo Provincial donde le esperaba el deán de la Catedral.

El editor de Eolas abrazó a su majestad con claras intenciones libidinosas. Con su copa vacía (nunca estaba llena) dio su voto a favor de Leo como presidente del gremio de libreros de Castilla y León.

La maga, con su aire de influencer, quiso hacerse un robado mirando para el otro lado. A su lado el mediático Matsuo hacía equilibrios con tres ejemplares que había rescatado de los libros saldados.

No podría faltar el verbenero A. acompañado por el poeta más plagiado de Cármenes. Quiso hacerse un selfie con su cámara de carrete -reniega públicamente del mundo digital- pero como no enfocaba debido a la distancia, al final se la tuvo que hacer el poeta; el escritor de haikus, bestseller del escaparate de la librería de la puerta verde, posó con su libro La vida a Medias.

Un grupo de profesoras de la Escuela de Idiomas cogieron en brazos a la Reina como si fuera Cleopatra del Nilo y entonaron "God save the Queen".

La musa Calíope, cronista de los días que pasan, recitó en portugués un poema de Pessoa ante la confusa mirada de la Reina. "Desvestí la realeza, cuerpo y alma, / y regresé a la noche antigua y serena / como el paisaje al morir el día. (Traducción de L. Herrero)

Un abrazafarolas quiso escaparse con la figura en brazos, gracias a la pronta intervención de un policia local , la reina volvió a su trono de followers.

Hasta un barrendero -que por el barrio le conocen como cierrabares- intentó darle a su majestad la escoba para que perdiese un poco de linaje, pero el librero no permitió tal humillación y pidió un poco de respeto dentro del caos galateo.

Me aburría de tanto posado que me asomé al interior de la librería donde sonaban los Sex Pistols (¡Ay, si apareciese el Oráculo de la pobreza de la Provincia!). Allí en un rincón David García Casado firmaba su Primer Diario Nueva York. No esperaba encontrar allí a los clandestinos ultramarinos, ya que debido a su horario de autónomos no podrían asistir a estos eventos de la clase media ociosa. El que sí apareció fue el trapero Larsen -sin oficio ni beneficio- que vestía de etiqueta: ropa de mercadillo, y por eso se le premió con un libro de saldo, La plaza del mundo. Según me dijo Leo, el editor malabia se había excusado ya que estaba en un balneario del norte de Portugal.

 Al final de la tarde apareció el polaco escoltado por el bibliotecario J. que le empujó para que se hiciese una foto con Isabel II; solamente señaló con un dedo el cartel del sombrerito, gesto que solo entendió su librero de cabecera que le conoce de su etapa de Turner. “No te preocupes, ya te guardo el afiche para tu colección de aniversarios”.

Un joven comercial Youtuber que parecía perdido o más bien desorientado, sacó de su estuche una guitarra Gibson y empezó a cantar “No es el fin” como  broche de oro de la bookshop party. Al compás del vals un comedido librero, bajo los efectos primarios de una calambrina etílica, se puso a bailar con la Reina Isabel II. Sus artes palaciegas y las muecas de su majestad, que se reía como si la fiesta no fuese con ella, le salvaban del ridículo. Los turistas que salían de la catedral iluminaron la escena con sus flash.

Llegó la hora del sorteo, y no les voy a contar a quién le tocó porque no se lo van a creer. No se le vio en el photocall, ni en el cóctel; dicen que vagaba dentro de la librería preguntando si había empanadillas y como no le hicieron caso se sentó en las escalera a leer el último capítulo de Patria. Cuando le entregaron el lote de libros agradeció que por una vez la suerte no le hubiese sido esquiva y se puso a leer en voz alta los títulos del lote. El entusiamo inicial fue mermando con cada título que rescataba de la bolsa.

Con el traslado de su Majesty al interior de la tienda se bajó la trapa para espantar a los curiosos. Para los más entusiastas el Sr. Valín pinchó el réquiem de Tomás Luis de Vitoria y sirvió la última ronda. El polaco, con su cazadora de Fruela y los únicos ideales que le quedan entre los labios, levantó la copa para brindar ante la extraviada mirada de los pelagatos que quedaban en el trastero.Carraspeo un poco y dijo con voz de camarero de chaquetilla: “Nosotros los solitarios -es la forma que tiene de sentirse acompañado- deseamos larga vida a Galatea”. Así sea.




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