13 de febrero de 2013



San Miguel de las Dueñas (León)


Hace unos meses una muchacha, a quien ni siquiera conocía, nos pidió a unos cuantos escritores que eligiésemos las que a nuestro juicio eran las diez palabras más hermosas de la lengua castellana.

Ultramarinos.

Mi abuelo abrió después de la guerra un comercio de coloniales y ultramarinos en León, que pasó a mi madre, a imitación del abarrote que un pariente emigrado había abierto en México, durante la dictadura del General Porfirio Díaz.
De niño no alcancé nunca a saber qué significaba exactamente, pero me gustaba por lo que prometía de exótico y lejano. Para mí siempre irá unida a un chocolate de la marca El Indio, cuyas tabletas tenían un envoltorio de papel basto en el que aparecía estampada la cara de un indio motilón, naturalmente de color chocolate, empenachado de plumas sobre un fondo amarillo lleno de modernistas letras rojas. Si pienso en un azul ultramar imagino un azul, otra palabra mágica, más lejano que ninguno, un azul dios, un azul indiano, un azul niño perdido, muerto muy lejos de casa.
                                                                                                                 
         A. Trapiello

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