Me acuerdo de aquel burrito rechoncho de plástico macizo que me encontré en el paso a nivel, y de como su rusticismo y bonasnía desmerecían un poco en el conjunto fiero de los jichos.
Me acuerdo de la muerte de John Fitzgerald Kennedy y de que ese mismo día me sacaron las anginas.
Me acuerdo de cuando me dieron con una piedra en la cabeza y de lo contento que me puse porque no me hizo sangre y no tuve que ir a que me cosiera el practicante.
Me acuerdo de cuando en el cine terminaba el No-Do y de lo feliz que era porque aún no había empezado la película.
Me acuerdo de Negri, un perro callejero que era un poco mío y de la pena que sentí cuando cayó en las garras de la trata.
Me acuerdo de John Wayne en “Valor de ley” y de cómo desde entonces no volví a ver el cine como antes.
Me acuerdo de un juego llamado “dólar obliga”.
Me acuerdo de un cura que salía en mitad de la programación televisiva de la tarde y no me acuerdo de una sola de las palabras que decía.
Me acuerdo de Johnny Weismuller diciendo al juez aquello de “Tarzán no mentir”.
Me acuerdo de muchas tardes mirando por la ventana.
Me acuerdo de mi empeño en dejar la ventana abierta en pleno enero para que pudieran entrar los Reyes Magos.
Me acuerdo de una vez en que apuñalaron a un ciego en un portal oscuro.
[A. Toribios]
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