10 de septiembre de 2015

Bestiario del Quijote (XLVIII)





Don King Kong 


“…King Kong, ese Quijote de los simios”, Julián Ríos dixit en su libro de ensayos Quijote e Hijos refiriéndose a la estirpe literaria del Caballero. Manifiesta el autor de Larva esta inopinada intuición sin justificarla, dejándola caer de paso, casi al desgaire, al tratar del célebre periplo oceánico de Thomas Mann en compañía del texto cervantino. Seremos, pues, nosotros quienes argumentaremos tal aserto como contribución al corpus de monstruología quijotesca (en curso) que venimos pergeñando aquí.

¿Qué lazos espacio-temporales, qué resortes pueden conectar al rey de la Isla de La Calavera con el virrey de la Ínsula Barataria (que no era el avieso Duque, sino el bueno de Don Quijote, quien la concibió en su imaginación)? Ambos resultan ser al fin y al cabo dos seres desarraigados, trasterrados y enjaulados: el gigantesco gorila acaba siendo un espectáculo de circo del mismo modo que, fuera de su elemento, lo es también el Caballero de la Triste Figura. King Kong braceando acosado en la cima del Empire State Building es equiparable a Don Quijote por los aires, embestido por el molino que él creía gigante.

Comparten además ambas criaturas sensaciones similares de derrelictio, de desgajado abandono. Don Quijote se retira a la floresta de Sierra Morena siguiendo el ejemplo de Amadís-Beltenebros en la Peña Pobre, y King Kong se embosca en sus dominios de la Isla de la Calavera para evitar el odioso contacto humano. 

Por fin, ideales que no existen les son comunes: la inalcanzable Dulcinea (de hecho, una saladora de puercos) y la glamurosa Ann (en realidad una starlette de tres al cuarto). Don Quijote y King Kong son dos seres espirituales, puros, casi elementales (¿quién lo diría de la Bestia?) y a la postre ambos perecen. Pero de hecho devienen inmortales: díganlo si no su proyección en la cultura de masas y sus múltiples secuelas. 


 Curioso ex-libris que enfrenta a Don Quijote con King Kong

[Gromov]


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