22 de abril de 2020

Abril, vacaciones de rico







Querido amigo: fíjese usted qué episodio más divertido. En cierta ocasión, manteníamos una conversación el librero del gremio, Tinofc y yo, aunque no sé por qué la califico de conversación puesto que Leo y yo callábamos una vez más anegados por el torrente de datos literarios y anecdóticos que soltaba el tercer aludido. Pero a lo que iba. Estaba Tinofc en aquella ocasión contando sucedidos de José Luis García Martín y dio en contar lo que aquel había respondido cuando le preguntaron de qué libro se acompañaría si tuviera que viajar a una isla desierta. Creo yo que es una pregunta esa que perfila magistralmente a quien la formula pero que, igualmente, da oportunidad de conocer al que la responde. La cuestión es que García Martín, no sé si por convencimiento o para epatar al indiscreto interrogador, soltó que se llevaría el catálogo de la Editorial Renacimiento.

Y recordando aquel episodio en estos días de asueto, me pregunté qué libro tomaría yo en caso de tener que trasladarme a un yermo cualquiera. Después de un tiempo de deliberaciones, fallé que llevaría dos: la "Silva de varia lección" de Pedro Mexía y la "Floresta Española" de Melchor de Santa Cruz. Aguarde mi explicación antes de tildarme de pretencioso. 

La Silva es un ejemplo ventajoso de la literatura española compilatoria. Es sabido que sobre todo en el siglo XVI, al calor del espíritu renacentista vigente, surgieron en Europa textos que pretendían ofrecer un panorama comprensivo de diferentes áreas del saber como lo había pretendido mucho antes Aulio Gelio. Y en España apareció la "Silva de varia lección" que resultó ser un auténtico éxito editorial con varias tiradas en distintas ciudades (creo recordar que la más completa apareció en Valladolid) aunque también con la oposición de los erasmitas por ser obra demasiado ortodoxa.
Estructurar su contenido es difícil porque refleja un catálogo de materias de muy diversa índole y de forma poco sistemática: botánica, zoología, carácter humano (no puedo decir que sicología, obviamente), mineralogía o medicina y farmacopea siendo que lo más práctico es ojear la obra para hacerse una idea de qué alberga.

En fin, que su lectura es sumamente amena sin duda. Ahora restaría escoger edición y en este punto dudaría entre la de Castalia y la de Cátedra por lo que dejo la elección a criterio del destino si es que algún día me extrañan.

La segunda obra es más ligera, más lúdica y le aseguro que proporciona ratos muy amenos. Reviste la forma de apotegmas que podrían clasificarse, grosso modo, en dos categorías. Por un lado, aquellos que contienen presentación, nudo y desenlace a cargo de quien los expone. Por otro, simples frases o enunciados que bien podrían tenerse por parvos aforismos. Y todo ello con agudo sentido del humor y frecuentes motejos que no pasarían la censura social actual mucho más pacata que la del momento en que la Floresta fue publicada.

Y ya dicho todo lo que precede, me voy a dar un paseo. Si quiere usted algo de la calle, avíseme.

Reciba un cordialísimo saludo de su incierto servidor.

P.S.: otro día hablaremos, si le parece, de Pedro Espinosa y la "Primera parte de flores de poetas ilustres de España", antecesor de Castellet o García Martín. Nada nuevo bajo el sol.

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