25 de abril de 2020

El otro



Elena Rodríguez




El  Otro

Día 30 (creo)
Creo que llevamos 30 días desde que empezó esta cuarentena pero no lo puedo asegurar. Hace tiempo ¿cuánto? que abandoné la rutina y ahora estoy instalado en el caos. Entre lecturas desordenadas y escritos fugaces hago los quehaceres domésticos, me alimento, me aseo y camino cuando me apetece. Sólo me obligo a una cosa: acostarme por la noche. Pero no siempre duermo bien, a veces ni siquiera logro dormirme. Sé que todo iría mejor si durmiera lo suficiente pero no es así, esto me está pasando factura, aumenta mi ansiedad. Se me ha ocurrido llevar un diario del confinamiento. Quizás sea escribir un diario la reacción inconsciente a la anarquía, no lo sé pero intuyo que es el hilo de Ariadna en este laberinto carcelario. Ahora me obligaré también a escribir este diario.

Día 31
Hoy es uno de esos día de Abril que nos retroceden a Enero. La grisalla se filtra a través de las ventanas y vaga por las habitaciones para confabularse con la melancolía. Otro día más sin perseguir objetivo alguno. Cansado y con esfuerzo, me he levantado de la cama, aunque creo que hoy he dormido algo. Sobre la mesilla de noche tres libros, en el sofá cuatro libros, sobre la mesa del salón dos libros… todos reclamando su momento, todos acusando lecturas inconclusas.

Día 32
Asténico. Como quien cumple un deber escribo estas líneas. Hoy no ha pasado nada. ¿Acaso ha pasado algo los demás días? Ahora el tiempo no tiene medida, anclado en el tedio se espesa, se arrastra perezoso sabiendo que el porvenir es incierto. Me agarro al diario como un náufrago traza palotes en la roca. Día 30, día 31, día 32… Un, dos, tres, cuatro palotes verticales y un quinto que los atraviesa. El quinto palote cruza los otros cuatro anteriores en diagonal sólo para creerse la fantasía que es un día distinto. Inacción.

Día 33
Creo que he dormido un par de horas. Soñé que dormía en el lujoso camarote de un crucero pero me despertó una ola que entrando por la escotilla empapó mi diario. Esto me ha provocado una absurda asociación de ideas, he relacionado mi diario con el que llevó Colón en su primer viaje. Quizás porque ambos se escriben con la incertidumbre de un final inseguro; Colón flotando en la inmensidad y yo navegando por los arrecifes del tiempo. He dejado mi habitación habitual y me he trasladado al cuarto de invitados. Tal vez el cambio me ayude a dormir. Es una pieza pequeña, aunque un gran espejo da la ilusión de algo más de profundidad. Antes de acostarme me quedo plantado ante el espejo. Hacía meses que no me veía de cuerpo entero, me observo un buen rato, inmóvil. Al final se me escapan unas pocas palabras que me dirijo a mi mismo mirándome a los ojos. Llevo tanto tiempo encerrado que me sorprende oír mi propia voz. Me acuesto pensando que estoy tan enjaulado como mi reflejo en el espejo.

Día 34
Ayer tardé en dormirme, estaba inquieto por algo. No sé porqué; era indefinido como un presentimiento, como si se me hubiera olvidado apagar el gas, o algo parecido. Al final logré dormirme hasta que me ha despertado la luz que se filtra entre las cortinas. Hoy no he visto amanecer. He descansado, sin embargo sigo sintiendo esa sensación que me incomoda, como que algo no va bien. Sigo pensando qué puede ser. Nada, no encuentro nada. Me quedo en blanco… de repente me vienen las palabras que le dirigí ayer al espejo. Se repiten, se repiten como un eco y aumentan mi ansiedad. Intuyo que en esas pocas frases está la clave de este desasosiego que siento pero no logro identificar...
¡Ya lo tengo! Ahora caigo. Es tan absurdo que la razón no lo quería ver. Ayer mientras me hablaba a mi mismo mi reflejo ¡¡no movía los labios!!  Sé que es disparatado, pero tengo que quitarme esta incertidumbre que me está royendo por dentro. Tengo que verme de nuevo en el espejo.

Es irracional comprobarlo pero entro en la habitación, me miro en el espejo, me muevo, le hablo y  el reflejo que me devuelve, como dicta la física, es una perfecta simetría de mi mismo. Pero al girarme para salir del cuarto quedo petrificado. Me tropiezo con un intruso, tardo unos segundos en reaccionar para comprobar perplejo que el intruso soy yo mismo. Es exactamente igual que yo, incluso va vestido igual que yo, es un perfecto doble. Horrorizado le miro a los ojos, el Otro fija sus ojos en los míos y como un vértigo me embarga una intensa sensación de peligro. Me acerco al Otro a la vez que él se acerca a mí. Irreflexivamente le echo las manos al cuello y el Otro, en perfecta correspondencia hace lo mismo. Percibo su piel caliente y sus manos frías en mi cuello. Cuanto más aprieto más siento sus manos en mi garganta. Aprieto más hasta lograr enlazar mis dedos por debajo de su nuca a la vez que noto como un torniquete se clava en la parte posterior de mi cuello. Mi aliento se mezcla con el del Otro. Veo en su cara un rojo intenso y me arde la cara. Aprieto más y veo sus labios contraídos en horrible mueca que dejan ver unos dientes apretados. Noto mis labios tensos y mis mandíbulas tan apretadas que parecen quebrarse los dientes. Aprieto más. Veo los ojos del Otro saltones y desorbitados mientras creo que mis ojos van a salirse de sus cuencas. Aprieto más y veo en la cárdena cara del Otro como se hinchan las venas de las sienes mientras la sangre golpea las mías. Como un relámpago me atraviesa una idea: tengo que ser más rápido que el Otro. Hundo mis dos pulgares en su garganta hasta que los veo desaparecer mientras percibo como si se agujereara mi tráquea. Estrangulado, sin aire en los pulmones siento que me fallan las  piernas y caigo de rodillas al mismo tiempo que se arrodilla el Otro. Veo sus ojos cubiertos por una capa de neblina… ¿o son los míos que sin oxigeno empañan mi vista? 

Me cuesta recuperar el aliento. Atropelladas bocanadas hinchan mis pulmones al retirar las manos del cadáver que aprisionan mi cuello. Me miro al espejo, pero como si fuera transparente, el hielo sólo refleja la pared que está a mis espaldas, y tumbado en el suelo, lívido, mi cadáver.


                                       *  *  *

Editor malabia:
Recojo el guante de Morti (mejor el espejo) ya que los demás ultramarinos siguen en su línea habitual de vagancia total.

[El Amanuense]



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