Buenos días, amigo mío. Fíjese usted qué faena. Parece ser que, durante años, don Antonio Pereira mantuvo una columna llamada "Oficio de mirar" en el diario La Vanguardia y bajo tal título nos hace llegar la Editorial Pretextos un nuevo volumen de la colección Narrativa Contemporánea. Evocando los ratos pasados con "El síndrome de Estocolmo" o "La costa de los fuegos tardíos" todo apuntaba a que con su adquisición y lectura vería recompensado mi sometimiento a las vacaciones de que disfruto desde marzo pero no, no fue así. Mi descanso obligado se vio endurecido por la consideración de haber sido estafado.
El libro es una colección de textos que contienen sucedidos de la vida cotidiana del señor Pereira en los distintos lugares a que sus ocupaciones profesionales le permitieron viajar presentándose un friso de emplazamientos que dan noticia de su saneada existencia. Estos textos aparecen perlados de anécdotas no solo personales sino también comprensivas de terceras personas más o menos conocidas, todo ello con persistencia infatigable hasta lograr el desinterés del lector. Las breves narraciones carecen absolutamente de imán ya sea por la futilidad de lo abordado ya porque los pasajes que conciernen a otras personas son un vuelo a tanta altura que se difumina el tenue perfil del personaje colacionado.No es que esperase conocer intimidades de nadie como si estuviese leyendo el "Hola" pero descorazona que se aluda a personajes con simples pellizcos de monja a veces puerilmente malintencionados: se les cita y se dice pero no se dice lo que es igual a la nada. Es tan leve el tono que no alcanza ni para ajuste de cuentas sin que tampoco sea presa de agarre ni el recurso omnipresente a las señoritas que en su momento produjeron deslumbramiento al autor ni las finas groserías con que, de vez en cuando, regala al lector.
Podría haberme consolado el estilo empleado en el dietario, la sintaxis trabajada, las descripciones mordaces o certeras, pero ni siquiera eso. Y no es porque el autor careciera de aptitudes para ello sino porque la materia manejada es de paupérrima calidad y no se presta a mucho más así que no hallo razón de ser al libro salvo la de servir como complemento a las obras del escritor ya editadas.
Cuestión aparte es la desfachatez con la que la editorial nos mira a la cara. Trescientas veintiocho páginas componen un libro que podría haber ocupado, con holgura, ciento cincuenta. Tal digo porque muchos de los textos no ocupan más que unas pocas líneas quedando desocupado el resto de la página quizá para que, en cómplice actuación, el lector disponga de espacios en los que solazarse anotando reflexiones. Y todo ello al precio de 30 euros.
Escritura desde la barrera, reflejo de la seguridad de quien no arriesga porque siempre salta con red, un paseo por el lado peligroso volviendo a dormir cada día en cama mullida.
Esta vez me despido de usted desde una cama de pinchos en la que me he tumbado buscando expiar mi idiocia al haber caído en la trampa tendida no sé muy bien por quién.
Saludos
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