POEMAS CARTELES
Una de las primeras certezas a la que llegaron los poetas vanguardistas fue que la página del libro ya no era recipiente idóneo donde imprimir sus composiciones. Curiosamente los vanguardistas que querían matar todo el pasado, alzaban a la actualidad los métodos de la poesía antigua, pues contra el refrán latino que aseguraba que "lo escrito permanece mientras que lo dicho se lo lleva el aire", los vanguardistas pensaban que "muerto permanece lo escrito, vívidas vuelan las palabras", según escribió Antonio Tovar para averiar el refrán latino y bajarle los humos a la escritura en su guerra con el habla. El poema debía recitarse, su sitio era el aire, su cuna la garganta del rapsoda, su destino el oído de los oyentes. Los recitales se desplazaron de los salones de té a los circos, los cabarets, las fábricas y los teatros. Para los vanguardistas era esencial la intervención en directo. No querían lectores sino público. Y cuando no había público, salían a buscarlo: ahí tienen a Maiakovski en un puente recitando a quienes pasan unos cuantos poemas con rimas exultantes y ritmo de rap.
Pero una cosa no quitaba a la otra: las intervenciones públicas podían perfectamente apoyarse en la publicación de libros. De hecho la publicación de libros actuaba de trampolín para justificar las intervenciones públicas. Las tiradas, salvo excepciones, eran tan cortas que se agotaban el día de la presentación. Para la expansión de la buena nueva vanguardista fue vital la eficacia de los servicios de correos: los carteros de tantos países fueron los verdaderos distribuidores de las novedades vanguardistas, pues estas raramente conseguían alcanzar la orilla de un escaparate de librería.
Sin duda inspirándose en volúmenes de anatomía y estudios geográficos, Marinetti tuvo la brillante idea de multiplicar el espacio de la página mediante pliegues que sacaran a la página del libro que la contenía: a la manera de los desplegables con mapas o figuras humanas que había visto en tratados de medicina o enciclopedias. Pero en vez de mapas o figuras, lo que iba a salirse del libro en los desplegables era el poema: así lo hizo en la que sin duda es su obra mayor, Zang Tumb Tumb, que cuenta la batalla de Adrianópolis de 1912 y se imprimió en Milán, 1914, en las ediciones futuristas de Poesía. Ente alaridos y apoteosis onomatopéyicas y juegos tipográficos varios, Marinetti cuelga un cartel en medio de su narración -por llamarla de algún modo-: el libro se derrama en pliegues.
Ya antes los futuristas rusos habían decidido que el lugar del poema, cuando no era aire y voz para los oídos de los concurrentes, debía ser la pared. La pared para colgar poemas/carteles, pero también la pared de las casas para prestar el papel con que se empapelaba: fueron varios los libros rusos impresos sobre papel de pared, pero también sobre papel de envolver y sobre papel de estraza. Cualquier papel de la vida cotidiana era el lugar idóneo para que se imprimeran los nuevos poemas. Había que huir del verjurado exquisito de las ediciones elegantes.
En España se aplicó la lección Guillermo de Torre para producir el Manifiesto Vertical de los ultraístas, y Giménez Caballero que decidió aplicar la técnica a la crítica literaria y produjo una serie de espléndidos carteles -que no son los recogidos en su libro Carteles, pues en éste, de espléndida cubierta y gran formato, abunda la prosa nerviosa y los carteles críticos ocupan muy poco espacio al final del volumen-. En América la lección futurista sobre el sostén del poema fue oída. La revista Prisma se diagramó en forma de cartel. Huidobro avisó un libro de carteles -Salle XIV-. Pedro Jorge Vera, más tarde, compuso sus Carteles para las paredes hambrientas, que aparecían en un periódico de Quito, y que se recopilaron ya en los años treinta en el volumen Nuevo Itinerario. Y Alberto Hidalgo creó, en la cervecería Royal Keller de Buenos Aires, una revista oral. El procedimiento era el siguiente: el secretario de redacción elaboraba un índice (por ejemplo: Borges, poema; Macedonio Fernández, disertación metafísica; Hidalgo, reseñas de libros; etcétera), se fijaba fecha y hora para hacer pública la revista, llegado el momento la revista consistía en las actuaciones de los autores que figuraban en el índice realizado de antemano por el secretario de redacción. Como recuerdo de cada número se imprimía un cartel con alguna colaboración -por ejemplo Ubicación de Lenin, un poema de Alberto Hidalgo. Naturalmente han quedado pocos ejemplares de aquellas revistas habladas. Pero produjeron uno de los grandes libros de la vanguardia americana: Descripción del cielo, de Alberto Hidalgo.
Es un libro de doce poemas que sin embargo, según dice su autor en la nota preliminar, "será el más voluminoso de mis libros". Y ello porque cada poema se despliega hasta multiplicar por nueve el espacio de la página. Los poemas se salen del libro que los acoge, quedan sostenidos y agrupados gracias a que solo una tercera parte de uno de sus bordes está sujeta a la encuadernación. En ese libro están algunas de las grandes piezas de Hidalgo, Biografía de la palabra Revolución, por ejemplo. Es un libro nacido para la calle, donde el Hidalgo político y el Hidalgo poeta se hacen uno. Cada poema pide ser liberado del volumen para ir a buscar sitio en alguna pared. De ahí que hayan sobrevivido tan pocos ejemplares.
[Juan Bonilla]
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