Comencemos diciendo ya desde el principio lo que los críticos profesionales se reservarían siempre para el final: “El honor de las injurias” es un libro fascinante y memorable. Carlos García-Alix, pintor que se desenvuelve tan bien con la pluma como con los pinceles, en la mejor tradición de Solana, Ramón Gaya o nuestro Pepe Cerdá Escar, que había coleccionado múltiples elogios por su primer libro, “Madrid-Moscú”, se adentra ahora en la vida del pistolero anarquista Felipe Sandoval y nos entrega un libro conmovedor que es en realidad la fusión de dos historias paralelas: la propia de Sandoval, conocido con el alias de “Doctor Muñiz”, nacido en el barrio madrileño de las Injurias en 1886, antiguo criado en París y condenado allí ya por estafa, que fue durante los años anteriores a la guerra un hombre de acción al servicio de la revolución que perpetró todo tipo de atracos (el del conde de Riudoms o el del Banco de Vizcaya, entre otros) y asesinatos (el del cenetista José Arce, por ejempo, al que acusaban de haberse ido de la lengua), protagonizó fugas (la de la cárcel de Colmenar) y llevó en jaque durante años a la policía española; y la del paulatino descubrimiento de la vida del anarquista por parte del propio García-Alix, que pasa de interesarse superficialmente por el personaje a obsesionarse con él, que busca y lee todos los libros en los que cree que puede descubrir sus huellas, visita los principales archivos donde piensa que es posible seguir su rastro (el Archivo Histórico Nacional, el de Fontainebleau) y acaba encontrando su confesión manuscrita, firmada en junio de 1939, en la que reconoce sus crímenes y delata uno por uno a todos sus compañeros, entre ellos, según se aprecia en una de las hojas que se reproducen de esa confesión, al aragonés Ejarque. Esta búsqueda detectivesca del rastro de Sandoval (en la que a veces le ayudan a García-Alix amigos tan conocidos como los escritores Quico Rivas, Juan Manuel Bonet y Andrés Trapiello o los libreros Abelardo Linares y Manolo Gulliver) resulta en ocasiones tan interesante como la propia vida de aquél.
Así como antes de la guerra Sandoval pudo ser considerado por los suyos como una especie de “Robin Hood” que ajusticiaba a los traidores y robaba a los ricos para contribuir a financiar la actividad revolucionaria de la C.N.T. o la F.A.I., a partir de 1936 se convierte (como les pasó también a algunos otros aventureros famosos como Pedro Luis de Gálvez, Agapito García Atadell o el aragonés Justo Bueno) en un auténtico facineroso, amparado por la impunidad que se respiraba en aquellos días. Es entonces cuando, según su propia confesión, asesina por ejemplo a la mujer del teniente del Hierro, sólo porque ésta quiere seguir a su marido en el momento de su detención, o a un médico apellidado Rebollo, que había estado en la enfermería de la cárcel Modelo cuando Sandoval residía en ella, y que “se había portado con él bastante mal”. Tras la guerra fue internado en el campo de prisioneros de Albatera y trasladado a Madrid la madrugada del 16 de junio de 1939. Se suicidó en la cárcel el 4 de julio entre los insultos de sus compañeros de presidio, que sabían que estaba delatando a los que permanecían huidos.
El libro de García-Alix, que en ese afán autobiográfico o memorialístico también cuenta su participación en la revista “El Canto de la Tripulación” que dirigía su hermano Alberto y en la edición gráfica del periódico libertario “Refractor”, ni salva ni condena a su personaje. No emite juicios morales ni nos da la monserga en un sentido o en otro. Se limita a contar su historia de forma apasionada y apasionante y a aportar datos y pruebas concluyentes de su trayectoria. El libro, que es formalmente bellísimo, con un material gráfico excepcional (sólo por las fotografías de portada y contraportada uno se lo llevaría a casa), se lee como una novela de aventuras en la que el protagonista, aunque parece increíble, es un personaje real. Toda una joya este libro de García-Alix.
José Luis Melero
[En "Artes & Letras", Heraldo de Aragón, 14 de febrero de 2008]
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