26 de noviembre de 2015

Biblioclasmo






Nazarín:

Nada quiero con libros ni con periódicos. Todo lo que sé bien sabido lo tengo, y en mis convicciones hay una firmeza inquebrantable; como que son sentimientos que tienen su raíz en la conciencia, y en la razón la flor, y el fruto en la conducta. ¿Les parezco pedante? Pues no digo más. Sólo añado que los libros son para mí lo mismo que los adoquines de las calles o el polvo de los caminos. Y cuando paso por las librerías y veo tanto papel impreso, doblado y cosido, y por las calles tal lluvia de periódicos un día y otro, me da pena de los pobrecitos que se queman las cejas escribiendo cosas tan inútiles, y más pena todavía de la engañada Humanidad que diariamente se impone la obligación de leerlas. Y tanto se escribe y tanto se publica, que la Humanidad, ahogada por el monstruo de la Imprenta, se verá en el caso imprescindible de suprimir todo lo pasado. Una de las cosas que han de ser abolidas es la gloria profana, el lauro que dan los escritos literarios, porque llegará día en que sea tanto, tanto lo almacenado en las bibliotecas, que no habrá la posibilidad material de guardarlo y sostenerlo. Ya verá entonces el que lo viere el caso que hace la Humanidad de tanto poema, de tanta novela mentirosa, de tanta historia que nos refiere hechos cuyo interés se desgasta con el tiempo y acabará por perderse en absoluto. La memoria humana es ya pajar chico para tanto fárrago de Historia. Señores míos, se aproxima la edad en que el presente absorberá toda la vida, y en que los hombres no conservarán de lo pasado más que las verdades eternas adquiridas por la revelación. Todo lo demás será escoria, un detritus que ocupará demasiado espacio en las inteligencias y en los edificios. En esa edad —añadió, en tono que no vacilo en llamar profético—, el César, o quienquiera que ejerza la autoridad, dará un decreto que diga lo siguiente: "Todo el contenido de las bibliotecas públicas y particulares se declara baldío, inútil y sin otro valor que el de su composición material. Resultando del dictamen de los químicos que la sustancia papirácea adobada por el tiempo es el mejor de los abonos para las tierras, venimos en disponer que se apilen los libros antiguos y modernos en grandes ejidos a la entrada de las poblaciones, para que los vecinos de la clase agrícola vayan tomando de tan preciosa materia la parte que les corresponda, según las tierras que les toque labrar." No duden ustedes que así será, y que la materia papirácea formará un yacimiento colosal, así como los de guano en las islas Chinchas; se explotará mezclándola con otras sustancias que aviven la fermentación, y será transportada en ferrocarriles y buques de vapor desde nuestra Europa a los países nuevos, donde nunca hubo literatura, ni imprentas, ni cosa tal.

El reporter:

¿Qué puede esperarse de un hombre que propone que los libros, el santo libro, y el periódico, el sacratísimo periódico, todo el producto de la civilizadora Imprenta, esa palanca, esa milagrosa fuente..., todo el saber antiguo y moderno, los poemas griegos, los Vedas, las mil y mil historias, se dediquen a formar pilas de abono para las tierras? ¡Homero, Shakespeare, Dante, Herodoto, Cicerón, Cervantes, Voltaire, Víctor Hugo, convertidos en guano ilustrado, para criar buenas coles y pepinos! ¡No sé cómo no ha profetizado también que las Universidades se convertirán en casas de vacas, y las Academias, los Ateneos y Conservatorios en establecimiento de bebidas o en establos para borras de leche!


[Gromov, galdosófilo] 


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