27 de noviembre de 2015

DAKOVIKA, segunda parte (una novela por entregas)






Capítulo 8

Seguí saliendo por el hotel fantasma. Realicé varias expediciones y fui dotándome de vestimenta de la que carecía a excepción del guardapolvo y las sucesivas vendas que era lo único que había llevado puesto desde que salimos de la casa de los Siena-Pombal. La indumentaria resultante era de lo más atrabiliario. Unos pantalones a rayas de camarero con una blusa de señora malva al principio. Luego fui sustituyendo unas prendas por otras de mejor armonía a medida que iban apareciendo en los armarios de las habitaciones. 
Todo el hotel olía a yesos y maderas podridas y a vejez. Era imposible zafarse de ese olor estancado que daba la sensación de ahogarle a uno. Creo que llegaría algunos días a caminar doce kilómetros por el interior del hotel y tenía la sensación de que era infinito, de que no se acababa nunca, de que no llegaría a pasar por todos sus habitaciones y salones, por todas las dependencias auxiliares y, además, empecé a imaginar que tenía lugares secretos. 
Un día quedé rendido a mitad de una de estas expediciones y me eché a dormir en la primera habitación que encontré. Se trataba de una de las más altas desde las cuales se podía ver toda la ciudad sin nombre. Al despertarme noté un fuerte olor desagradable. Salí al pasillo y vi a un metro de mí, en el medio de la moqueta roja un excremento. Me pareció reciente no sólo por el olor sino por el color y la humedad. Era además de procedencia humana, aunque también podía ser de un perro. Pero un animal no haría sus necesidades en medio del corredor sino en un rincón o al borde de una pared.
Aquello me inquieto y mis caminatas por el hotel abandonado ya no fueron tan despreocupadas. Empecé a pensar que alguien más vivía en el edificio y que, antes o después, tendríamos un encuentro sorpresivo y violento. Y aunque el hotel abandonado me parecía infinito y que no se acababa nunca no era lo suficientemente grande como para escondernos a nosotros y alguien más.

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