16 de junio de 2016

DAKOVIKA, segunda parte (una novela por entregas)






Capítulo 15


Nos quedamos dormidos en ese silencio penetrados por la luz blanca que la nieve filtraba ya por encima del techo del coche y que entraba por mis párpados cerrados como una pesadilla de claridad. Después de horas entendimos que la noche invernal se extendía por la ciudad pues fue la negrura entrando por las ventanillas. La respiración de Dakovika se volvía un silbido que se acoplaba al de los vientos y yo dentro de mi sueño soñaba que estaba despierto y que velaba aquel lugar oculto por la benignidad de las inclemencias del tiempo que se apiadaban de tres huidos.
De pronto desperté con un latigazo de ruido en el parabrisas. Un líquido bilioso y amarillento, humeante, hizo un hueco por la nieve y a través de él vi afuera el rostro barbado y soñoliento del librovejero de Cantareros. Acababa de despertarse y con los despuntes del alba salía a arrojar sus orines. Pude ver cómo sacudía la bacinilla de latón dejando caer las últimas gotas justo delante de su puerta. Arriba, por el séptimo piso salió el sol y metió un rayo por el agujero que los orines habían hecho en la nieve que nos tapaba y le dio en la cara a Dakovika que emitió un chillido que ya no parecía humano. Estaba ovillado otra vez y dos mechones largos de los suyos yacían desprendidos de la cabeza sobre el asiento. Seguía encogiendo, medía la mitad. Desde que abandonamos en guardillón de encima de la casa de los Siena-Pombal había ido menguando de una forma extraña y mágica, sólo dormía y nunca hablaba y apenas comía desde que estuvimos en el abandonado hotel Oliden. Los harapos que le cubría habían pasado a ser unas astrosas mantas que lo envolvían. Pensé que todo se debía a que había dejado de escribir, que aquel ser extraño, ausente de la vida sólo sabía vivir escribiendo aunque su producción no tuviera otro destino que el olvido o el plagio de Garnach a quien engañaban haciéndole creer que esos textos provenían de un difunto olvidado cuyos libros aparecieron en el rastro. Sólo escribir le daba sentido a vivir a ese ser, aunque tuviera que fingir el estilo de un poeta vanguardista de hace cien años. Pero también era el padre de lamieva, algo incomprensible también, y Lamieva era mi ángel, los hilos del cielo a los que me agarré cuando todo yo estaba ya en el abismo y si Lamieva debía existir su padre también, si Dakovika menguaba qué me podía asegurar que lamieva no lo fuera a hacer también y qué me aseguraba que tanto uno como otro no fueran a desaparecer por completo. Así que me puse frenético, empecé a golpear la puerta del coche y a intentar salir. Un bloque de nieve de desprendió completamente de la chapa del auto dejando la salida franca. Busqué el libros de firmas y salí en dirección a la chamarilería.


AVISO: Esta es la úlima entrega que se publicará en Internet de Dakovika 2. Los capítulos restantes aparecerán en el libro completo que se editará, sobre papel de viejo, en otoño y que se pondrá a disposición de los lectores en la “Noche Dakovikiana”, en la cual los ultramarinos de honor recorrerán por la ciudad varios de los escenarios de la novela leyendo fragmentos.



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