14 de febrero de 2015

Las malas compañías


El Rastro, invierno de 2015






"El próximo año me jubilo y me voy para mi país. Vivo en Sofía, una ciudad preciosa con bellos jardines para pasear. Me compraré un gocho, una gallinas y unos conejos, y a vivir, que ya es hora de disfrutar algo. Toda mi vida he arrastrado penalidades y con un hijo adolescente, ¿qué te voy a contar? Por cierto creo que se ha suicidado un alumno del instituto de mi hijo, ¿sabes algo?”, no había abierto las bolsas con sus cachivaches y  la vendedora búlgara nos confesaba sus tristezas e ilusiones al joven del círculo y a un griposo crónista.

Por lo que nos contaba el joven mochilero, el sábado, en Cuchilleros, los Ultramarinos se habían atrincherado detrás de unos lotes de libros que llegaron de la mano del gitano de las maletas, procedentes de un piso de Ordoño. Más tarde cuando vimos a los traperos del tiempo, éstos no soltaban prenda de todo lo que se habían llevado el día anterior. Entre ellos se encontraba el poeta de la intemperie con un sobre de Cuadernos del Noroeste (99 nubes de Aníbal Núñez) para el trapero Larsen. Una vez despachado la entrega, se fue al Musac (el Ovni), aprovechando que era gratuito, para ver la exposición de Ayer a hoy de Varcárcel Medina, el último artista que nos queda.

“Benditos los ojos que te ven, Larsen; le contaremos a Gromov que te hemos visto en el mundo de los vivos porque ya tenía serias dudas”, soltó el Cronista de Indias. “He estado desintoxicándome del vicio de lo barato del baratillo en mi habitación, con la sola compañía de mis libros, discos y una foto de mi amado Salinger.  Siempre lejos del mundanal ruido. Volveré cuando ya no tenga nada que leer”, así aclaró el trapero su ausencia.
Bombita preguntó si había venido el ruso del Pabellón que tenía un libro para él. “Creo que Caligramas se quedó en Valladolid, que es donde mejor está”, carraspeó un acertado Tinofc.

Sin novedades en el tenderete del tío Quisquillas y con la furgodesván anclada en el Manzanares, nos entretuvimos con el ropavejero de las maletas y el Cuaderno de registros de los libros de la biblioteca de Ordoño. Nos quería cobrar los libros de Austral a precio de Aguilares. Con esas intenciones y su regateo de lija nos dimos la vuelta buscando la salida. 

Todavía hubo tiempo, en la gélida mañana, para echarnos unas risas con La prueba de Gromo (el nuevo proyecto literario de Morti y el cuervo) y con el email de JB dedicado a Leo Garduña. Terminamos nuestro viaje observando como regresaban del desguace de la noche los desesperados, esa especie que pasta en los bares de madrugada; se tambaleaban con sus vestidos de sevillanas, como si fuera ya martes de carnaval.




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