14 de abril de 2015

Celos





Celos

Herman sacó la Luger del bolsillo de su abrigo, quitó el seguro y apretó el gatillo reiteradamente hasta percutir las treinta y dos balas del cargador sin apuntar. Cuando Volker cerró el libro tras él, el olor a pólvora aún salía de entre sus páginas. Se precipitó a toda prisa hacia la calle, mientras se tapaba con la palma de la mano la única herida que le había causado. Herman, al ver su rostro de sorpresa y unas gotas de sangre entre sus dedos, le dijo que lo sentía, que sólo pretendía hacer ruido, porque si no lo hubiera hecho, su esposa Ulva pensaría que no la amaba. Le rogó que volviese con él a Los amores ficticios de Ulva de Stefan Friendlaender, donde ella lo besaría y lo llevaría al hospital. De lo contrario uno moriría definitivamente y el otro sería condenado por asesinato, y ya no podría regresar al hotel Esplanade de Berlín en 1940 con su verdadera amante.



J. M. López- Astilleros


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