25 de abril de 2015

Las malas compañías


El Rastro, primavera de 2015


Después de pasar por Reto, un páramo arado por la desidia, recalamos en el puerto del desengaño donde Garcilaso escondido en la cabina pasaba a limpio unos versos que le había recitado a su mujer cuando le regaló una ramo de lilas. Nos los leyó con sus habitual gesto de saltimbanqui cojo. Tinofc, comido por la impaciencia, le apuraba para que abriese la furgoneta. “Abre, abre, abre, a ver que traes de nuevo”. Sin avisarnos empezó a cantarnos Aviones de papel de Perales, acariciando con sus dedos el aire de su guitarra.
No habíamos empezado a rastrear las cajas cuando un señor de gesto serio se acercó al tingladillo y nos dijo: “No me conoces, Puerto, soy el poeta de Calzadilla de los Hermanillos,  a lado de Sahagún, ruta del Camino de Santiago. Me acabas de dar el premio de poesía con el libro Quisiera escribir como Virginia Wolf. Mi nombre es Cecilio Bravo Bravo, y como veo que os gustan los libros, el próximo día os dejaré un libro dedicado para cada uno de vosotros en este lugar”. Garcilaso se asomó al grupo después de descargar un rollo de mantel y levantando la vista y el dedo al firmamento exclamó: “Los poetas y los novios deberían firmar un trato y elevar sus plegarias a la luna”.
Después de insistir el trapero tasó sus libros muy por encima del precio acostumbrado, debido a que le sumó el precio del libro regalado al anterior comprador, el polaco.
 El poeta de la intemperie se llevó un paquete de carpetas azules para guardar los papeles donde escribe sus poemas. Nos regaló un librito cosido con hilo matancero y nos enseñó uno de sus míticos cuadernos de notas donde su aplicada y menuda caligrafía anidaba a lado de sus boligrafías de vivos colores.
En el tiempo que rondamos la chamarilería no vimos ni al Amanuense ni a Bombita para que nos contasen cómo les había ido en su expedición a la Feria del Libro de Gromodolid.





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