Aquel letrado penalista era brillante y sagaz, laborioso cual araña y sobre todo íntegro. Había peleado igual que un jabato para salvar a su defendida -una joven `segurata´ sin muchas luces acusada de un confuso homicidio- ciegamente convencido de su inocencia.
Escuchó la sentencia condenatoria y cayó fulminado en la sala, grogui como un boxeador.
Apenas repuesto, cruzó casi sonámbulo hasta el Boccalino y se sumió en el ritual diario: café cortado, periódico por el final, página de pasatiempos… Absorto aún, sacó su pluma y se afanó en rellenar casillas mecánicamente:
Despega y se alza recto, seis letras, empieza con c: cohete
Te sigue por mandato, cinco cuadros, con e: espía
Dañinas para sus dientes, los niños las adoran, nueve espacios, g: gominolas
(…)
La pintan ciega y mujer, con balanza, ocho letras, con j: ¿?
¿Ciega, balanza, con j…?
¡Mierda! Me rindo. Ya veré mañana las soluciones.
JVTN
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