5 de febrero de 2016

De Conversaciones Mantenidas, Oídas O Robadas En Librerías De Viejo, Donde Lo De Menos Son Las Librerías.




Sorpresas de mercadillo

No deberían estar en este apartado estas líneas, pero  como bien reza el título, lo de menos son las librerías. Lo relatado aconteció el otro día en un bar del Barrio Húmedo. Entré en el bar atraído por el olorcillo de las tapas. El local estaba a tope y sorteando a la gente llegué justo donde estaban dos chamarileros del Rastro, de los del Antiguo Testamento, embutido uno de ellos en un holgado mono azul, en animada conversación. Estaban hablando del mercado de la calle Cadórniga, de lo ruinoso que se había vuelto, que no se vendía nada, que salía poco ‘género’... en fin, las quejas acostumbradas y creo que justificadas. En un momento de la conversación salieron a relucir acontecimientos recientes en el mercadillo de los que fui principal testigo.

Pero pongamos en antecedentes a los lectores que hayan llegado hasta aquí. El sábado pasado en Cadórniga daba mi segunda vuelta mirando la heterogénea oferta desparramada por el suelo por si hubiera algún libro interesante. Me paré en un puesto regentado por un mercachifle de los del Nuevo Testamento, de los venidos allende la Mar Océana. Sobresalía de entre mecheros, botes de pintura, ropa de segunda mano, descabalados zapatos de segundo pie, muñecas lisiadas, ceniceros, cargadores de móviles, pucheros con mugre, y la más variopinta morralla, sobresalía decía, encaramado en una taza de váter que hacía de pedestal,  un cartel enmarcado y acristalado en el que se leía con letra gorda que le habían otorgado el Premio Naranja del Año a Luis Sáenz de la Calzada. Era del año ochenta y tantos. Distraído leía la composición del jurado, cuando a mi izquierda uno, y a mi derecha el otro, llegando no sé de dónde, se instalaron dos de los habituales merodeadores del Rastro. Agachados a mis pies y revolviendo entre los zapatos desemparejados y zarandeando el váter sacaron, en un santiamén, cinco o seis libros viejos, que no pude ver bien, aunque reconocí Primeras Canciones de Ediciones Héroe y  Poema del Cante Jondo de Ediciones Ulises, un par de fotografías enmarcadas en las que se veían subidos a una camioneta a García Lorca y un flacucho Sáenz de la Calzada. Además dieron con un revoltijo de cartas con membrete de la Residencia de Estudiantes y unos insinuantes dibujos lorquianos. Estupefacto contemplé como aquel quincallero les pedía ocho  euros por el botín. Le extendieron un billete de 10 y como no tenía cambio, para redondear, les dio el cartel anunciador  del premio y  un silbato de árbitro de fútbol. Antes de que me repusiera del sobresalto aquellos dos hurones se fueron como habían llegado. Desaparecieron y no los volví a ver. Toda aquella operación no duró  más de tres o cuatro minutos.

A la vez que me recomponía me carcomía la envidia por el hallazgo de aquellos dos crápulas, cuando había tenido yo, sin percatarme, las joyas a mis pies. Con poca convicción me puse a revolver todo el género por si habían dejado algo olvidado pero allí no quedaba rastro de nada que fuera de papel salvo un desvencijada guía de las Páginas Amarillas. Como no era cuestión de amargarme la mañana quise sacar algún provecho de aquel puesto. Ya que había varios zapatos viejos y necesitando yo un cordón para uno de los míos que, precario, amenazaba con abandonarme a cada paso, le compré uno a aquel buhonero que estaba empeñado en venderme el par de zapatos por 10 euros. Todavía con la pelusilla por dejarme levantar aquel tesoro, y ya con mi zapato bien asegurado, fantaseaba con que aquel cordón bien pudiera haber pertenecido a Lorca, pero después pensándolo bien, me dije que sería de Saénz de la Calzada, algo es algo,  pues Federico seguramente usaría alpargatas.  

Y así, desde entonces con el cordón fetiche en mi zapato, vine a parar al bar que decía al principio. Agudicé más si cabe el oído a la conversación de los dos mercachilfles porque después de las quejas iniciales pasaron a comentar los dimes y diretes del mercadillo del sábado que nos ocupa. A pesar del ruido que había en el bar oí que decían algo de algún famoso, de un ponipallo (creo que querían decir peruano) que había vendido ‘género’ de algún famoso. Hablaban de las sorpresas que depara su oficio, y allí estaba el ejemplo, cómo fueron a parar a un mercadillo de León aquellos cachivaches de un andaluz famoso. Al oír lo de andaluz famoso y mirando al del mono azul se me fue la imaginación al Federico titiritero de la Barraca con su traje proletario ceñido por el cinturón. Sin duda hablaban de los libros, las fotos y los dibujos de Lorca. Juraría que el cordón fetiche también oía la conversación pues enseguida noté como me apretaba más el zapato sobre mi pie. Me sorprendió sobremanera que aquellos dos hablaran de Lorca, sobre “su lenguaje especial”, “su gran personalidad”, “su originalidad”, “su estilo tantas veces imitado”, “su grandísima influencia”, “lo bueno que era” y que “se había iniciado como cantaor flamenco antes de pasar por el teatro”. Esto de cantaor flamenco me descolocó un poco, era un dato que desconocía. Me imaginé a Lorca como cantaor durante un rato en el que perdí el hilo de la conversación, cuando la retomé se volvía a preguntar el del mono azul cómo diablos habían ido a parar aquellas cosas del famoso Chiquito de la Calzada al mercadillo de Cadórniga.

Se me soltó una carcajada y tuve que salir a tomar aire fresco dejando allí con sus cosas a aquellos dos fistros pecadores de la pradera. 

Desde entonces llevo unos días que al andar, de vez en cuando me da un tic, como un espasmo, de bloqueo y reinicio de marcha, y se me pone involuntariamente la mano en la cadera. No sé, quizás sea cosa del cordón fetiche.


[El Amanuense]

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