28 de septiembre de 2013

La belleza de las cantinas



Rastro de Léon, verano de 2013




LA BELLEZA DE LAS CANTINAS

¿Qué belleza puede compararse a la de una cantina en las primeras horas de la mañana? ¿Tus volcanes allá afuera? ¿Tus estrellas?... ¿Ras Algethi? ¿Antares enfurecida en el sur sudeste? Perdóname, pero no. No son tan hermosas como por fuerza lo es esta cantina que —decadencia de mi parte— acaso no sea propiamente una cantina; pero piensa en todas aquellas terribles cantinas en donde enloquece la gente, las cantinas que pronto estarán alzando sus persianas, porque ni las mismas puertas del cielo que se abrieran de par en par para recibirme podrían llenarme de un gozo celestial tan complejo y desesperanzado como el que me produce la persiana de acero que se enrolla con estruendo, como el que me dan las puertas sin candado que giran en sus goznes para admitir a aquellos cuyas almas se estremecen con las bebidas que llevan con mano trémula hasta sus labios. Todos los misterios, todas las esperanzas, todos los desengaños, sí, todos los desastres existen aquí, detrás de esas puertas que se mecen. Y, a propósito ¿ves aquella anciana de Tarasco sentada en el rincón? Antes no podías, pero ¿la ves ahora? —preguntaban los ojos del Cónsul mientras recorrían en torno suyo con la lucidez estupefacta y extraviada de un enamorado— ¿cómo esperas comprender, a menos de que bebas como yo, la hermosura de una anciana de Tarasco que juega al dominó a las siete de la mañana? 
Malcolm Lowry, Bajo el Volcán.





México





[Gromov]


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